Y no apareció. A pesar de los múltiples mensajes y comunicaciones, a pesar de haber quedado en un lugar concreto a una hora precisa, no vino a buscarnos…
Alojarse en las casas de la gente en lugar de en hoteles u hostales es una de las mejores maneras de conocer un país. Especialmente si la hospitalidad es uno de los pilares de esa cultura, como es el caso de Turquía. Sin embargo, cuando en el primer encuentro la persona que te va a hospedar te deja plantado en la estación de autobuses, a las 8 de la noche, es como si de repente el viaje que recién empezaba no lo hiciera con buen pie. Esas cosas pasan. Los turcos son hospitalarios, sí, pero en general, también poco serios…
La situación no era ni mucho menos preocupante. Nos encontrábamos en Konya, una de las ciudades más sagradas, religiosas y devotas de Turquía (y, a la vez, paradójicamente, en la que se consume más raki -una potente bebida alcohólica anisada-) y encontrar un hotel donde alojarnos no fue difícil, ni mucho menos. Además, estamos en pleno Ramadán, un periodo en el que la gente apenas viaja, por lo que encontrar habitación fue fácil y barato. Pero te jode que te dejen colgado, sobre todo cuando vas con ilusión a una ciudad, a casa de un local, a conocer de primera mano cómo viven los turcos.
A la mañana siguiente, al ponernos tibios en el bufet del hotel (todo para nosotros) nos sentimos un poco transgresores: así se siente uno comiendo cuando medio país está ayunando. Para ellos, este mes es especialmente complicado, si no el más complicado de todos: julio, el mes con los días más largos del año. Los que lo cumplen se pasan 17 horas sin comer, ni beber, ni fumar… Por eso, cuando caminamos por las calles, visitando el bazar o los museos, se nota que la actividad ha decaído. Los 40 grados a mediodía no ayudan, claro, sobre todo cuando se trata de no sudar, no forzar, no hacer nada. Hay que conservar líquidos y fuerzas a toda costa. Así estaban las mezquitas, claro, hasta arriba de gente reposando, durmiendo, charlando. Son los sitios públicos más frescos, oscuros y confortables que se puedan encontrar, con los suelos cubiertos de alfombras. Y para nosotros también parada obligatoria: para descansar, para observar su arquitectura y, también, los rituales religiosos.

Durante el Ramadán, mucha gente pasa horas en la mezquita descansando, charlando, rezando o leyendo el Corán.
La suerte volvió a nuestro lado. Gracias a couchsurfing (una red social en internet que pone en contacto a viajeros con gente dispuesta a alojarlos desinteresadamente en sus casas) encontramos una casa para pasar la siguiente noche. Nos iba a recibir una pareja turca. Burak vino a buscarnos por la tarde en el coche de empresa, tal vez por eso tenía los plásticos provisionales aún en los asientos. Paramos en casa de su suegra, que había preparado algo de cena para todos nosotros y nos fuimos a su casa, donde estaba Gülsah, su mujer. Aunque son jóvenes y progresistas, aquí lo de vivir juntos sin casarse, ni de coña. Y menos en Konya.
– No soy religioso, no os creáis. Pero me gusta hacer Ramadán- nos dijo él. Ella en cambio, pasa. Le parece una exageración. Cada cual respeta sus espacios y motivos. Eso sí, cuando te ofrecen agua y comida para merendar y estás delante de alguien que ayuna, no te sientes demasiado bien, aunque tú solo pienses en saciar tu sed, con discreción…
La llamada al rezo de las 20:20 horas marcó el inicio de la cena (iftar) aunque lleváramos un buen rato sentados en la mesa, esperando. Fue todo un festín, sobre todo para Burak. Sopa, pimientos y berenjenas rellenas, yogur, pan especial relleno de pasta de sésamo, ensalada, dátiles… y agua, mucha agua. Y para él, también muchos cigarrillos, con alegría. Para muchos turcos esa debe de ser una de las partes más complicadas del Ramadán: el no poder fumar, pues lo más normal (por lo que hemos hablado) es que se fumen entre una y dos cajetillas de tabaco al día… y pasar de eso a cero…
Durante esta época las ciudades cobran vida por la noche. Se cortan calles y la gente sale a pasear por ellas, a comer helados, a jugar, a bajar la comida para poder volver a comer apenas unas horas después. Hay conciertos, ambiente festivo. Nosotros nos fuimos a un parque como los hacen aquí ahora: un falso río que serpentea entre edificios de 15 pisos, en los que han puesto areas para pasear, zonas de juegos para niños y muchas teterías. Un parque bastante artificial, la verdad, sin tierra ni árboles. Tomamos un té tras otro y charlamos sobre nuestras vidas. Y sobre algo que a todos los kurdos o nacidos en el sudeste del país les interesa mucho: la situación de Cataluña y País Vasco dentro de España. Esto siempre ha sido referente para ellos, pues desde la formación del estado turco en 1923 han sido repudiados, anulados y olvidados sus derechos humanos, siendo hasta hace bien poco ilegal hablar en ese idioma, estando vetadas las publicaciones en kurdo, las emisiones de radio o TV en ese idioma o la enseñanza en las escuelas. Sienten que son hermanos de catalanes y vascos en su lucha, aunque aquí el peaje ha sido altísimo: durante tres décadas la violencia y represión del estado turco y del grupo terrorista kurdo PKK han dejado decenas de miles de muertos y centenares de miles de desplazados. Parece que las cosas están cambiando, que pueden hacerlo y que lo harán, pero ya solo el tiempo dirá en qué dirección. Nosotros a las 12 nos volvemos para casa, pues mañana madrugamos. Partimos hacia Capadocia. Burak se queda viendo la tele, antes de ir a dormir volverá a comer, a desayunar en realidad… para poder sobre llevar lo mejor posible otras 17 horas de ayuno…
Y llegando a casa Burak nos pregunta «¿Habéis considerado hacer autoestop? Mi empresa está en la carretera hacia Kayseri, no creo que os costara encontrar transporte en algún coche». Lo cierto es que la idea nos rondaba la cabeza, especialmente desde que en las Jornadas de los grandes viajes escuchamos a Juan y Laura explicar cómo recorren el mundo a dedo. ¡Aquello era una señal! Un empujón que tal vez necesitábamos. Nos fuimos a dormir pensando si al día siguiente haríamos dedo para recorrer Turquía, algo que pensábamos hacer más adelante, en pueblos o trayectos más pequeños… no desde la séptima ciudad más grande del país y con 300 kilómetros por delante. Pero la suerte estaba echada…
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como me ha gustado vuestro reportaje sobre vuestra experiencia en Konya coincidiendo en el ramadam. Me ha recordado al viaje que hice el año pasado en el que coincidí en Turquia y en Iran en la época del ramadan, y fue muy especial , yo iba casi todos los dias a alguna mezquita que es donde estaba el ambiente , y en muchas a partir de la puesta del sol daban comida a todo el que fuera , así que la cena la teniamos asegurada
A seguir disfrutando
Muchas gracias. Como dices, vivir el ramadán es muy interesante. Nosotros también hemos ido a alguna de las cenas de iftar que dan, es muy especial estar con todo el mundo esperando la señal para comer.
Un saludo.
[…] esa hospitalidad turca (¿musulmana? ¿o simple hospitalidad hacia el foráneo, porque sí?) de la que habíamos gozado en tantas ocasiones ya en este viaje. Pero uno no se cansa, la […]