A pesar de lo a gusto que estábamos en Tana, las ganas de seguir conociendo el país nos llevaron a dejar la ciudad. En un taxi destartalado conducido por un vejete desdentado fuimos a la estación de los taxi-brousse, los coches, furgonetas y camiones que constituyen el principal medio de transporte de los malgaches. Cómo funcionan las estaciones merece su propia crónica… y la haremos.
En un taxi-brousse con la baca cargada hasta arriba, tras una tormenta que nos dejó las mochilas empapadas, llegamos a Antsirabe, «el lugar donde hay mucha sal» (todos los nombres de ciudades significan algo). Sal vimos poca, por no decir ninguna que no fuera en un salero (por cierto, aquí no conocen el truco del arroz para que no se apelmace). Lo que sí nos tocó ver todo el rato fueron los pousse-pousse, esos carritos tirados por un tipo, generalmente descalzo y siempre pequeño y fibroso, que a veces utilizamos a pesar del reparo que nos daba que un tío tirase de nosotros, mientras íbamos cómodamente sentados. Antsirabe es la capital de los «pepes» (así hemos bautizado a los pousse-pousse) y en ella casi tienes que pedir perdón por querer ir andando a comprar el pan.
Para compensar tanta comodidad y teniendo en cuenta que somos gente deportista, al día siguiente alquilamos un par de bicis y nos fuimos de excursión a ver los lagos Tritiva y Andraikiba. Ir en bici tiene muchas ventajas: te desplazas más rápido que andando pero el ritmo es suficientemente lento como para disfrutar del paisaje o saludar a la gente con la que te cruzas (una de nuestras actividades favoritas). En este paseo admiramos lo que es una constante a lo largo del país, los arrozales, a los que se dedica casi cada pedazo de tierra en llano. Y si no hay terreno llano, se hace una terraza y listo. La excursión de 50 kms en bici nos duró una jornada y las agujetas, un par de días…
Nuestra siguiente parada en la ruta hacia el sur fue Ambositra, una pequeña ciudad por la que paseamos admirando las casas betsileo tradicionales con sus balcones de madera, las docenas de hotelys (casas de comida) que salpican la calle principal y el mercado. Cada ciudad tiene el suyo, que normalmente tiene algunos puestos construidos en ladrillo o adobe en los que los carniceros muestran el género, colgando la carne y las salchichas al sol, para que luzcan bien. Además de los puestos fijos, suele haber puestos de madera (más bien de palos atados con cuerdas) en los que se vende la poca variedad de verduras y frutas locales y los artículos de bazar, como cubos de plástico, gafas de sol -también de plástico- o lambas, la tela típica que las señoras usan como falda o vestido o para llevar a los niños atados a la espalda. Y alrededor de estos puestos se colocan señoras con una manta en el suelo sobre la que muestran la escasa mercancía a la venta: cacahuetes y arroz (cuya unidad de venta utilizada en todo el país es la lata de leche condensada), un par de peines, unas velas para los cortes de electricidad (o para todos los que no la tienen, que son muchos)… El mercado de Ambositra no era diferente. Aunque sí tiene algo que no hemos visto en todas las ciudades: el videoclub, que no es otra cosa que una habitación con una tele en la que pasan películas, generalmente de kárate, de acción o porno, cuya programación se anuncia escrita con tiza en una pizarra situada junto a la sábana que hace las veces de puerta. Estuvimos tentados de entrar, pero esa noche no echaban ninguna de Bruce Lee…
Fianarantsoa, «la ciudad del buen aprendizaje», hace honor a su nombre. Tuvimos ocasión de comprobarlo gracias a las docenas de niños de entre 9 y 15 años que se acercaron a nosotros para, en unos correctísimos inglés y francés y con un discurso calcado, ofrecernos unas postales hechas por ellos porque su profesora les ha dicho que no pueden pedir dinero a los turistas sin ofrecer nada a cambio. Fuimos a una escuela, pero no encontramos a nadie a quien preguntar si la iniciativa de transformar la mendicidad en capitalismo había partido de allí. Un par de niñas de 9 años nos escoltaron buena parte de la tarde porque desde que salían del cole hasta las 18:00 «se dedicaban a buscar turistas». Una de ellas nos pidió que le hiciésemos una foto y se la enviásemos, para lo que, con tremenda profesionalidad, de un bolsillo sacó su tarjeta: un trozo de hoja de cuaderno con su nombre, email y dirección postal escritas a boli. Esta niña llegará lejos.
De esta ciudad parte el único tren de pasajeros activo del país, rumbo a Manakara, en la costa este. Allí que nos fuimos, permitiéndonos el lujo de viajar en el vagón de primera, aunque cualquier parecido con la idea de «primera» es pura coincidencia. Eso sí, era un poco mejor que el vagón de segunda, donde los asientos son bancos en los que se apretuja la gente y las ventanillas están tintadas, con lo que no se puede ver el paisaje. En los 170 kms de recorrido hay 17 estaciones, en cada una de las cuales el tren se detiene para recoger y dejar viajeros, sacos, paquetes, maletas, cerdos, jaulas de gallinas… lo que con suerte puede llevar mucho o muchísimo tiempo. Pero las paradas son entretenidas, cuando llega el tren los paisanos se acercan corriendo con comida, collares, frutas o especias de producción local y se agolpan en las ventanillas y puertas para vendérselas a los pasajeros. También se acercan los niños a pedir bon bon, stylo o cualquier cosa que vean, da igual que sea una botella de agua vacía que la goma que llevas puesta en el pelo. A lo largo del trayecto van pasando por la ventanilla (pero solo por la de primera…) paisajes de montaña, ríos y cascadas, bosques frondosos y pequeñas aldeas. Por eso no nos importó tardar 13 horas en hacer el recorrido, aunque con la friolera de 17 kms/h de media, habríamos tardado menos en bici…
Y con Manakara llegó la playa, el calor tropical, las palmeras y el día de la madre, que aquí lo celebran, y mucho, el último domingo de mayo. Por ser domingo, nos acercamos a la iglesia, donde un coro cantaba canciones muy animadas al son de un organillo. A misa todo el mundo va de punta en blanco, incluyendo zapatos -a diario lo más habitual es ir descalzo- y si tienes corbata o traje de fiesta, es el día de lucirlos. En la iglesia es la única vez que hemos visto a la gente ponerse en fila y caminar ordenadamente unos detrás de otros sin amontonarse, colarse ni empujarse. ¿Y para qué hacen cola? Para soltar pasta en el cepillo. Con la iglesia hemos topado…
Después de misa, estuvimos en la playa con todas las madres (y algún padre) del pueblo, en lo que se convirtió en «la fiesta del día de la madre borracha». Venga cerveza, venga ron local (¿o era alcohol de quemar?) y venga baile desenfrenado. Y nosotros nos animamos a echar algún baile con las señoras hasta que nos retiramos prudentemente cuando la cosa empezó a desmadrarse… De repente, el centro de la fiesta empezamos a ser nosotros y las mamás de ojos vidriosos nos veían como potenciales suministradores de alcohol para todas.
Pero no todo fueron hostias y alcohol en la villa y en esta habitualmente tranquila ciudad nos permitimos un par de días de descanso en una casita junto al mar mientras esperábamos el momento de continuar el viaje a bordo de una piragua.
He tardado un poco en tener tiempo para leerlo del tirón. Me ha parecido estar allí, a las niñas les he cogido hasta cariño. Respecto a la entrevista en la radio, ¡ qué diferencia con la otra!, esta mujer realmente lo ha hecho bien. Itziar parecía tener la voz algo diferente.
bueno, mucha suerte a los dos!
P.D ¿ seguro que no ireis a ver un partidito de España….?
es broma ya sé que no , pero yo iría !
Me encanta vuestras crónicas. ¿Cuando vas a hablar de Yamuna?
Besos de Tula y Feliciano
Ando de la Ceca a la Meca y aun no os he escuchado aver si saco un poco de tiempo esta noche…….de todas formas os casi sigo……
Andrés
Buenos dias,,,pareja.
Eso de que os confundan con ladrones de huesos como si fueseis vulgares traficantes…..y lo de las madres «beodas»……es muy gracioso desde aquí pero ya imagino que no es agradable «in situ»…..
Está cayendo un aguacero grande aquí y la red va a pedales….
Vamos capeando el Mundial.
Abrazos.