Ruta por: Hunza (Altit, Baltit, Ganesh), Passu, Sost, Karakorum Highway
21 – 23 de agosto de 2022:
Ha sido un acierto venir a Hunza a pasar esta semana que dan lluvias.
No sólo porque este valle fértil sea una pasada de bonito (te pasas horas simplemente mirando desde la ventana); ni porque al ser turístico hay oferta y variedad de teterías, restaurantes (que aún no he disfrutado) y tiendecitas… si que también Hunza fue un importante reino de las montañas durante mil años, y hay mucha riqueza cultural que descubrir en la zona.
Dos enormes fuertes-palacios se conservan intactos en lo alto de riscos, a pesar de tener 1.000 años el de Altit y 800 el de Baltit (gracias a su restauración reciente 😉). Hechos en piedra y madera para hacerlos resistentes a seísmos, fueron la sede de los reyes de Hunza hasta que este reino se integró en 1947 en el recién creado Pakistán.

A los pies de cada fuerte aún queda una pequeña ciudad amurallada. En ella viven algunas familias y caminar por sus callejones (en los ratos en que no llueve) es lo más cercano a dar un salto en el tiempo que he experimentado. Casas de piedra, básicas en las que los animales viven en los bajos y la gente en los pisos superiores. Se conservan como reliquia, como testimonio de una era que se acaba, pero con dignidad y electricidad, agua corriente, gas, etc.
Pero que nadie se equivoque: solo viven así unas pocas familias. El resto vive en casas familiares, con jardines llenos de frutales, en casas de estructura de hormigón y paredes de cemento, a lo largo y ancho de las fértiles laderas. No son pobres. Al revés, esta es una comunidad relativamente rica, agrícola y ganadera.
Famosa por sus frutos secos, su miel y sus frutas (cerezas, albaricoques, manzanas, peras) con la construcción de la Karakorum Highway se abrió al comercio y turismo, sacándola del relativo aislamiento en el que vivían. Relativo porque desde hace siglos por aquí pasaba la ruta de la seda… Pero eso os lo cuento otro día.
Acabo hablando de Ganesh, otro pueblo amurallado, precioso, que al estar en lo más bajo del valle fue sacrificado en parte para hacer la carretera. Quedan algunos edificios y siete joyas de mezquitas hechas en madera, con decoraciones budistas, cristianas, zoroastristas… una muestra de sincretismo fruto de todas las gentes que pasaron y habitaron estos valles desde durante siglos, milenios acaso.. .
¿Te imaginabas o sabías de este reino de las montañas?




Día 22 de agosto:
¡Mujeres! De repente, ¡hay mujeres!
En la calle, en negocios, hablando sin el velo con hombres, cocinando en sus restaurantes, saludándote al cruzarte con ellas por los caminos, tomando un té con amigas…
De repente siento normalidad en Hunza. Una normalidad refrescante. Tras semanas en las que el 99% de mis interacciones era con hombres, aquí la película cambia. Pronto descubro porqué: aquí son de etnia wakhi, musulmanes, chiitas, pero de una rama llamada ismaelitas.
Lejos de la ortodoxia y conservadurismo de otras doctrinas dentro del islam, son bastante progresistas. Seguramente el hecho de seguir al imam Aga Khan IV, una persona viva, ha hecho que su doctrina esté más evolucionada, siendo más actual muchos de sus preceptos y forma de pensar.
Esto se nota claramente en el estatus y tratamiento hacia las mujeres de la comunidad, particularmente en aspectos como la independencia económica, la participación política, las oportunidades educativas, y las leyes matrimoniales y de divorcio (oponiéndose a las matrimonios arreglados y prohibiendo el matrimonio infantil y la poligamia, y legalizando el que las mujeres puedan solicitar el divorcio).
Los ismaelitas creen que Aga Khan IV es el descendiente directo de Alí, el yerno de Mahoma casado con su hija Fátima; y, por tanto, su representación en la tierra. Aga Khan IV es el cuadragesimoséptimo imán del chiísmo. Hay muchas diferencias teológicas que soy incapaz de explicar, si quiera de comprender, pero en lo superficial, se nota una clara diferencia.



Apenas suman 15 millones de fieles (frente a los 1.500 millones de musulmanes, de los que un 12% son chiíes y el resto suníes), pero están repartidos por los cinco continentes.
Las principales congregaciones se hallan en India, Pakistán, Afganistán, Tayikistán (donde les conocí en 2005, cuando viajé por la Ruta de la seda) e Irán. También hay pequeñas comunidades en Siria, Líbano, Jordania, Arabia Saudí, Yemen e incluso en África Oriental.
Qué bonito es descubrir que en un país que desde lo lejos parece tan homogéneo hay tanta diversidad. Religiosa, cultural, étnica.
A veces se nos olvida y los metemos a todos en el mismo cajón pero hay muchos pakistanes dentro de Pakistán… ¡qué belleza! ¡Y qué siga así por mucho tiempo!
Día 25 de agosto:
He de decir que costó ponerse en marcha: en el hotel había conocido otros viajeros con los que congenié al momento.
Curly y Nick, una pareja de canadienses que llevan varios meses viajando por Asia. Guillermo, un madrileño que ha llegado hasta Pakistán dando pedales. Greg, un profesor yanki asentado en Barcelona y que compró una moto para recorrer el país, haciendo una ruta como yo. O Emmi, una vietnamita que coordina grupos para una agencia de su país en el Himalaya.
Las tardes pasadas compartiendo anécdotas recordaban los viejos tiempos pre Internet, pre móviles. No sólo eso: compartimos mil y una recomendaciones, porque de Pakistán no hay tanta información actualizada. ¿Quién mejor que otro viajero en tu misma onda para recomendarte dónde dormir, cómo llegar o por quién preguntar?
Así que, como decía, costó dejar el hotelito en el que me encontraba, pero cada vez llovía menos y quería avanzar hace el norte, hacia China a través de la Karakorum Highway.
Era la parte que más ilusión me hacía de todo el viaje. Una zona de montañas agrestes, glaciares junto a la carretera, valles profundos…

Pero los tres días siguientes, no sé cómo, pero acabé llegando empapado a los alojamientos. O me organicé mal o tuve mala suerte y justo se ponía a llover cuando me tocaba coger la moto o cuando había decidido hacer la caminata. Parecía un poco gafado, la verdad.
Aún así, creo que conseguí disfrutar de lo que me encontré en Gojal, que es como se llama la parte norte de Hunza. Al mal tiempo le puse buena cara.
El primer día lo pasé caminando por el lago Burit, repleto de pájaros y aves acuáticas, desde donde subí, siguiendo la senda de vacas y ovejas, hasta los prados donde pastan en verano. Un lugar con buenas vistas sobre el glaciar de Gulkin. Eh, buenas es un decir, pues entre la lluvia y las nubes bajas, el espectáculo quedó algo deslucido.

Otro día, ya desde Passu, me animé a subir caminando a uno de los miradores sobre este glaciar blanco (no como el de Gulkin o el de Batura, que en su parte inferior son pura piedra, ocultando prácticamente todo el hielo). Preciosa caminata, precioso glaciar y preciosa lluvia de regreso al hotel…
Y el tercer día, para el tercer glaciar, el de Batura, al que no pude acercarme demasiado: la lluvia había provocado derrumbes y el camino habitual estaba cortado. Con todo, poder llegar a pie, fácilmente a estas lenguas de hielo es una suerte.
En breve no se podrá: se habrán derretido. Ver hasta dónde llegaron (por las marcas de la morrenas) y ver dónde están hoy, es sobrecogedor. Me temo que ya no hay vuelta atrás y que estos glaciares, como tantas cosas de la naturaleza, tienen los días contados.
Una pena. O bueno, una tragedia en realidad. Menudo planeta les estamos dejando a las generaciones venideras…


Día 27 de agosto:
Parece que todo mejora por aquí.
El tratamiento con antibióticos tras 5 días parece estar dando frutos y por fin estoy pudiendo comer con normalidad (lo cual se agradece, pues la comida de esta zona es muy diferente a la del centro y sur del país: es menos picante, más sopas, más pastas y con una ligera influencia uygur/china).
El tiempo va dando respiros, no llueve toooodo el rato. Así que hago escapadas intentando esquivar la lluvia.
La más curiosa al glaciar de Hoper. Digo curiosa porque llegas cómodamente en la moto hasta el pueblo homónimo (allí acaba la carretera, en una población rodeada de árboles frutales y campos de cultivo) y resulta que te asomas a un acantilado y ¡tienes el enorme glaciar a tus pies! Vaya, que el pueblo está sobre la morrena…

Impresiona verlo desde lo alto, pero es una sensación extraña, ya que subir no ha requerido un esforzado ascenso de varias horas, trepando por riscos, por un sendero de cabras, como siempre te imaginas que es subir a un glaciar, un lugar normalmente remoto y de difícil acceso. Vaya, como subir a una montaña usando un teleferico, que mola pero que no te permite saborear el ascenso y ni disfrutar tanto de su recompensa: las vistas.
Resultó demasiado fácil y tal vez por eso me propuse ir a otro glaciar, uno de los mayores del país: el de Hispar, que estaba a «sólo» 30 kilómetros de lo que seguramente era una pista complicada. Eso iba a ser más cañero…
Pero tras una hora en la que recorrí tan sólo 10 kilómetros, tiré la toalla: venía lluvia, varios tramos eran propensos a deslizamientos, la pista cada vez estaba más degradada, iba más lento de lo que necesitaba y… estaba flojillo. Vaya, que me estaba pasando.
A pesar de tener el estómago mejor, la realidad me mostró que aún no estoy recuperado. Toca seguir siendo paciente, aunque cueste cuando ves que por fin parece que el buen tiempo viene tras tantos días lloviendo… ¡qué difícil es ser paciente cuando tienes tanto por ver y hacer ahí al lado…!

Día 28 de agosto:
¡Sueño cumplido! O, bueno, casi…
Porque recorrer la Karakorum Highway era algo que tenía entre ceja y ceja desde que viajé por la Ruta de la seda en 2005 durante 8 meses.
Y es que esta carretera, acabada en 1.986, fue construida siguiendo uno de los ramales más importantes de la mítica ruta comercial.
Para quien no la conozca, esta «autopista» (una carretera asfaltada de un carril de ida y otro de vuelta) une Kashgar (China) con Islamabad (Pakistan).
Son más de 1.300 kilómetros de alta montaña (el paso fronterizo, el más alto de la ruta, es el Khunjerab a 4.714 metros) y su construcción fue una descomunal obra de ingeniería que llevó más de 20 años finalizar. Se dice que murieron 1.000 obreros en su construcción, seguro que fueron más.
Circular por dónde sabes que hace siglos y siglos transitaban mercaderes, misioneros, militares… es emocionante. Es saberte parte de la historia.


Y no sólo eso: el paisaje es simplemente apabullante. Os juro que en cada curva, cada 200 o 300 metros iba parando a sacar alguna foto, flipando con las gargantas, con las moles de piedra, con los picos nevados que se adivinaban en lo más alto…
Tardé todo el día en recorrer 150 kilómetros. Y me hubiera quedado más tiempo explorando los valles de la zona como era mi plan original (¡Chapursan, Shimshal, nos vemos en otra visita!), pero tras días de lluvia me apetecía seguir camino al resto del país. Y que bueno, el tiempo se me va acabando…
Ahora, mirando las fotos pienso que no hacen justicia a la belleza cruda y salvaje de aquel lugar…
Tendré que volver a retratar mejor la belleza del lugar y, sobre todo, a completar el sueño: cruzar la frontera china y llegar a Kashgar, tal y como hacían las caravanas.
Para ti, ¿cuáles han sido sueños viajeros cumplidos?


Día 29-30 de agosto:
Qué lento soy.
Me tomó un día entero regresar desde Passu (donde pasé 4 noches, el lugar usado como base para explorar la zona norte de la Karakorum Highway) hasta Gilgit, algo así como 175 kilómetros.
Pero es que, aunque lo hubiera querido, no podía ir mucho más rápido:
Primero porque la carretera estaba llena de piedras, cascotes y tierra, después de días de lluvia. Había que ir muy atento.
También por las increíbles vistas del valle de Hunza, con sus enormes moles por fin a la vista, que invitaban a parar cada dos por tres. La cumbre más increíble, el Rakaposhi, un siete mil que tuve que renunciar a visitar (su campo base, claro), ya que aún me encontraba débil, no repuesto aún por completo de mis problemas intestinales.

Qué si luego paras a comer en uno de los restaurantes regentados por señoras de Karimabad (Highland Cuisine) y como te hacen la comida al momento (guiso de calabaza y patata) tardé como dos horas en continuar camino (tanto ellas como yo nos lo tomamos con calma).
En ruta pasé (y paré) por lagos como el de Attabad, creado en 2010 por un descomunal corrimiento de tierras, que cerró durante unos años la KKH hasta que rehicieron su trazado, mediante larguísimos túneles.
Por si fuera poco pinché, por una esquirla de alguna piedra en la carretera, aunque la reparación fue fácil y rápida : en cada pueblecito hay un taller listo para dar servicio a las miles de motos de este país.
Y además paré a ver sensacionales petroglifos, señales inequívocas de presencia humana en aquella zona hace siglos y del tránsito de culturas y religiones.
Así que llegué de noche a Gilgit (algo que no me gusta nada, es peligroso). Lo hice muy cansado, pero estaba feliz de parar de nuevo en casa de Qayum y poder descansar un par de días antes del nuevo reto: atravesar hacia el oeste el país, por una carretera que promete aventuras, baches, sufrimiento y paisajes increíbles.
Qué ¿hay ganas de más o ya estáis cansados de leer de mi viaje?


Día 31 de agosto
«No es raro que hayas pillado fiebre tifoidea» me dijo el médico con una ligera sonrisa en sus labios al ver el resultado del test. Él lo intuía.
Y a medida que me había hecho las preguntas para ver qué podía ser, yo también creo que me di cuenta.
Había bebido de manantiales, de agua en jarras en restaurantes, comido en lugares sencillos, populares, alguna vez sin poder lavarme las manos. Había comido fruta sin pelar (uvas, albaricoques…), alguna verdura cruda, helados y bebido batidos con hielo. Aunque siempre que lo hice, lo hice con cuidado, no nos equivoquemos.
Pero al fin y al cabo, hice todo lo que los médicos te dicen que no debes hacer. Pero es que aquí, o comes y bebes así, o simplemente, no tienes muchas alternativas la mayoría del tiempo.
Mi error, creo, fue no venir con la vacuna al día. Dura 3 años y creo que me la puse antes de la pandemia la última vez. Creo. Pero intenté ir al Centro de vacunación internacional antes de viajar y no había fechas libres hasta octubre. Y mi médico de cabecera, lo mismo, sin citas disponibles. Pero no echo balones fuera, es mi responsabilidad.
Así que ayer, cuando vi que mi malestar gástrico no remitía del todo, a pesar de la primera terapia de antibióticos, decidí llamar al seguro (@iatiseguros) para que me dijeran cuál era el mejor hospital de Gilgit.


El Dr. Javeed (en la foto) me atendió y tras un análisis inmediato de sangre y heces encontraron rastros de fiebre tifoidea. Me han recetado otro antibiótico, viendo que el primero no funcionó (las bacterias a veces generan resistencias a algunos compuestos) y en 5 días veremos si surte efecto.
Lo cierto es que mal no me encuentro, no podría seguir el viaje en tal caso, pero sí algo débil, lo que condiciona el ritmo que llevo y me impide hacer las caminatas que me gustaría. Pero bueno, no es nada grave porque estoy cuidándome. No lo he dejado.
En eso seguiré, mientras retomo la ruta mañana. Me espera una de las travesías más bonitas del país, hacia el oeste, adentrándome de pleno en el Hindu Kush.
PD: Quiero dar las gracias a Manuel y Laura del proyecto @viajarseguro de la Fundación IO, que han corroborado diagnóstico y tratamiento desde la distancia.