Ruta por: Gilgit
17 de agosto de 2022:
Las carreteras en el norte de Pakistán tienen una vida corta, muy corta.
Se enfrentan a deslizamientos, terremotos, hielo, lluvias torrenciales, calor extremo, nieve… han nacido para sufrir.
Construidas en las abruptas laderas de las montañas a base de dentelladas, éstas se toman la revancha constantemente en forma derrumbes que las dañan y bloquean.
Y cuando eso pasa, solo queda ser pacientes, despejar la carretera y, tiempo después, volver a asfaltarla.
Eso me encontré el otro día en la nueva carretera de Skardu a Gilgit, una maravillosa y nueva carretera de asfalto que desciende junto al río Indo.
Tras dar una curva, vi en la lejanía decenas de coches, autobuses y furgonetas parados. Inmediatamente supe de qué se trataba, ya me habían dicho que era frecuente.
Unos descomunales bloques de piedras se habían dejado caer en la carretera, hacía un par de horas. Dos chicos con un taladro industrial hacían un agujero para dinamitar la más grande, antes de que las 2 escavadoras entrarán en acción.

Y la gente, paciente, esperaba. Debe ser habitual. «Uno más», pensarán.
Muchos miraban desde la distancia los avances de los operarios, otros jugaban al parchís en el suelo, o se echaban la siesta con los pies por fuera de la ventanilla. Algunos fumaban, charlando con otros viajeros o con el extranjero (yo) que se convirtió en motivo de curiosidad, interrogatorios y decenas de selfies.
Pasada una hora de entretenida espera, tras una explosión brutal, despejaron el camino y todo el orden que había (todos los vehículos estaban aparcados en un lateral, dejando libre el carril opuesto) se deshizo en un «tonto el último» que creó un bonito caos que yo observé entretenido, dejando que pasara todo el mundo para seguir disfrutando en soledad de una impresionante carretera, en la que me encontré cicatrices que otros desprendimientos habían causado.
No hay tregua entre las montañas y las carreteras.

Día 18 de agosto
Esta confluencia de ríos no es un encuentro cualquiera.
Es el KM. 0 de las mayores cordilleras del planeta.
El río Indo (derecha) y el Gilgit (izquierda) marcan el punto donde se dice que el Himalaya (que viene desde el sureste), el Hindu Kush (desde el oeste) y el Karakorum (desde el noreste) se encuentran.

Todas ellas son cordilleras nacidas por el gran choque tectónico empezado hace unos 50 millones de años, cuando la placa continental india chocó contra la placa euroasiática. De hecho, la placa india se metió por debajo de la euroasiática, empujando (todavía hoy) al alza todas estas cordilleras.
De ahí que esta zona sea tan inestable y que haya tantos terremotos. De ahí que la altitud de las montañas cada año deba ser revisada: son montañas jóvenes, agrestes, y están en constante crecimiento.
El Nanga Parbat, la última gran montaña del Himalaya, es la montaña que más rápido crece del planeta, unos 7 milímetros al año… y si todo sigue así en «sólo» 200.000 años superará al Everest.
¿No os gustaría ver cómo serán todas estas cordilleras dentro de un millón de años o dos? Qué será, será…

Día 19 de agosto
Y de repente fue como estar en Ibiza.
Me abrió la puerta Qayum, en bañador. Estaba a punto de darse un baño en la piscina. Me animé a hacerlo también, a la sombra de palmeras, flores y un césped inmaculado. Era todo un poco raro, viendo el entorno seco y las casas sencillas de alrededor, pero fue refrescante. No parecía Pakistán.
Había llegado a Gilgit tras dos días en moto desde Skardu, por una espectacular carretera que serpenteaba junto al Indo. Una nueva carretera construida por el ejército en 2021 y que me puso los pelos de punta con sus precipicios, especialmente cuando al anochecer empezó a llover. Suerte que apareció un hotelito en el que parar y hacer noche. El deslizamiento de tierras me había impedido llegar a Gilgit en el día.
Pero cuando lo hice, conseguí encontrar la casa de Qayum (con la ayuda del dueño del supermercado de su barrio, él teléfono en mano, yo siguiendo su moto).
Y ahí empieza la historia de hoy, la de un hombre que no encaja en lo que uno espera encontrar en este país y, tal vez por eso, mi amiga Laura me puso en contacto con él (bueno, con uno de sus hijos – que vive en Tailandia-, ya que el padre apenas usa el teléfono y mucho menos WhatsApp).
Qayum se fue de Pakistán a Barcelona a mediados de los años 70. Durante casi 10 años vivió en España. Al principio trabajando como criado de un banquero inglés al que conoció cuando visitaba Pakistán como turista y le convenció para irse a Barcelona.

Un par de años después pensó que quería ver más y se fue a Ibiza a vivir, viviendo de su artesanía, trabajo que también le permitió viajar por Europa.
Eran años en los que viajar para pakistanis era fácil; aún no tenían las etiquetas negativas que tienen hoy, una época en la que no había las trabas que tienen hoy. Ellos, y cualquier persona originaria de países menos desarrollados que los nuestros, desgraciadamente.
Tras una década de vida apasionante, de fiestas, nomadismo, libertad… regresó a su país para casarse y tener una familia (de 3 hijos y 3 hijas).
El difícil encaje en la sociedad lo compensó montando una tienda de souvenires, trabajando como conductor para extranjeros y construyendo una casa en la que sentirse como en su añorada Ibiza.
Hoy recibe extranjeros en ella. Sólo gente que, gracias al boca a boca, la descubre. No está en ningún portal, ni en Google, ni en ningún otro lado. Si vienes por Gilgit pregúntame, vale la pena pasar unos días en este pedazo de paraíso acompañado de las historias del único hippie pakistaní que debe vivir en este país.
¿O no me dirás que no te gustaría conocerle y saber más de su historia?

Día 21 de agosto
No sé si alguien me ha echado un mal del ojo o simplemente es mala suerte, pero todo se ha empezado a torcer de repente.
Me he puesto enfermo, ha empezado a diluviar, la moto hace un ruido raro, me ha picado una oruga (o similar) en plena carretera y alguna arañita durmiendo y tengo las piernas con bonitas ronchas…
Por suerte, todo esto me ha sucedido al llegar a Karimabad, en el precioso valle de Hunza, un lugar con gente, hotelitos decentes, actividades culturales… y no en un remoto y aislado valle.

Así que he elegido un hotelito más caro y, sobre todo, más cómodo de lo habitual (12€) para esperar tranquilamente a que mi fuerte diarrea (la segunda en lo que llevo de viaje) remita. Ayer el día entero tirado en la cama y yendo al baño, vómitos incluidos. Hoy ya más estable, a base de suero de rehidratación todo el día. Sin fiebre, no parece grave, pero estas cosas te dejan flojo de fuerzas y bajo de moral.
La tripa, donde me picó el bicho que sea, se me ha puesto con una roncha del tamaño de un puño, pero ya remite con la pomada que me han dado. (Creo que fue una oruga porque, conduciendo, noté un picotazo en la tripa y al quitarme lo que fuera con la mano me clavé como unos pelillos negros que empezaron a irritarme hasta que me los quité).

También las picaduras en las piernas, de una araña (creo, porque están más o menos en línea) van remitiendo aunque pican dos o tres veces más que las de mosquitos… y a veces te dan ganas de arrancarte la piel.
Lo de la moto ya veremos qué es. Por el momento, está aparcada fuera, mojándose con resignación. O feliz, quién sabe, de que por fin le dé una tregua.
Y a todo esto, cae una fuerte lluvia, cuyas densas nubes no me permiten siquiera disfrutar de las apabullantes vistas que debe haber aquí, pues estamos rodeados de 3 sietemiles, los cuales ni se intuyen…
En fin, toca ser paciente. Muy paciente. Aceptar cómo vienen las cosas y poner de mi parte para ponerme bueno. Eso es lo importante. La salud. Aunque pienso que igual no ha sido casualidad que todo esto haya venido junto. Igual era una señal para detenerme y descansar, tras tres semanas cañeras non stop. ¿Tú qué crees?

Las predicciones del tiempo son malas, dan lluvias fuertes durante una semana, pero contra eso poco puedo hacer más que esperar a que estén equivocadas y, si no es así, entretenerme con otras cosas, como escribir estas crónicas en las que intento mostrarte cómo es mi día a día viajero, sin trampa ni cartón.
PD: un viaje como este no se me ocurriría hacerlo sin seguro de viajes. De hecho, casi ninguno. Como hago muchos viajes y escapadas de ida y vuelta a lo largo del año (inferiores a 90 días) yo tengo el seguro IATI Anual Multiviaje, incluyendo deportes de aventura, que me cubre en todo momento y sin tener que contratarlo cada vez que me voy de viaje, ya sea corto o largo.