Ruta por: Skardu, Khaplu, Hushe, Campo Base Mashebrum, Skardu
12 de agosto de 2022:
Admito que, si no tengo ninguna recomendación de otro viajero, cuando llego a una ciudad tiro de Internet (si es que la tengo) para buscar un hotelito. Eso hice al llegar a Skardu, la capital del Baltistan. Cuando hay decenas de opciones, me da pereza empezar a ir puerta por puerta.
Así fue como fui a parar a una joya de lugar (Sehrish Guest House), sobre todo por su dueño, Akhtar, que me trató como a un viejo amigo desde el primer momento. Qué bonita esa sensación.
Un hombre culto, tranquilo, ex jefe de finanzas de una importante Fundación extranjera. Y, sobre todo, cercano en todo momento.
Además me ayudó un montón: me llevó al mejor soldador de la ciudad a reparar las asas del asiento de la moto que había partido cuando se me cayó al aparcarla nuevamente mal. Lo curioso es que el experto no estaba así que fue el aprendiz, un chaval de 14 años, el que hizo la chapuza, dirigido por Akhtar.
Me llevó al costurero especializado en mochilas y tiendas de campaña, a reparar la mochila, que se estaba descosiendo por vieja. En España la hubiéramos tirado. Aquí la han dejado mejor que nueva.



Pero sobre todo me hizo partícipe de uno de los días grandes de la Ashura, la festividad religiosa chiíta más importante en la que se conmemora el asesinato del nieto de Mahoma, el imam Hussein, en Kerbala.
Akhtar se pasó el día entero cocinando, preparando dumbale, una sopa de legumbres y carne, en tres enormes pucheros. Cocinando con leña preparaba uno (ajo, gengibre, cebolla, mezcla de especias, legumbres, cordero y pollo), cuando ya estaba empezaba el siguiente y así se pasó la mañana preparando todo para invitar a cientos de vecinos a cenar. Es lo que llaman nazri.
Empezaron a venir a las 8, tras la llamada al rezo del atardecer. Sentaron a mujeres y niños en el patio, sobre enormes alfombras, y hombres dentro de la casa. Todos eran bienvenidos, y vinieron decenas, cientos yo creo en varias horas. Sentados en el suelo cenaban la sopa, en un ambiente distendido pero solemne (pues son días de luto, de tristeza y de recuerdo) en lo que es ya una tradición en esta casa desde hace diez años.
El cuerpo me pedía un descanso y el destino (o mi buen ojo 😉) me llevaron a la casa de Akhtar, que me dio justo lo que necesitaba, sin tener que pedirlo.
¿Te ha pasado algo parecido alguna vez?

Día 13 de agosto
Feas, polvorientas, sin carisma, ruidosas. Así me parecen las poblaciones del norte de Pakistán, especialmente las de mayor tamaño como Skardu o Chitral. Vaya, lo contrario a su naturaleza salvaje.
Tanto es así que apenas he sacado fotos de ellas, perezoso por retratar aquello que no me dice nada. De hecho, he intentado pasar poco tiempo en ellas.
Aunque están bien ordenadas: el centro son una o dos calles paralelas en las que se concentran los restaurantes, bancos, supermercados, talleres mecánicos… y centenares de tiendas en lo que es el bazar, aquí dispuesto a lo largo.
Y a partir de ahí se extienden, montaña arriba, los barrios residenciales, afortunadamente vergeles, llenos de árboles, cultivos y jardines en casas de uno o dos pisos, no más.
Puestos en la calle venden fruta, pero no hay apenas comida callejera. Tampoco aceras por las que caminar. Ni semáforos, tan sólo «chowks», cruces de 4 calles con rotonda. El polvo, eso sí, flota en el ambiente, mucha gente con mascarilla por eso.



Casi todo el mundo se mueve en moto, algunos en coche, pero todos pitando en cada adelantamiento para avisar del movimiento. Ruido constante. En otro plano, las 5 llamadas al rezo resuenan desde mil y una mezquitas día y noche.
Y al anochecer, llegan las tinieblas. Hay un serio problema con la generación de energía (a pesar de tener ríos que bajan desbocados que podrían generar muchísima electricidad) y sólo quien tiene generador o placas solares tiene iluminación.
Me sorprendió que a pesar de su antigüedad, Skardu o Gilgit apenas tienen edificios clásicos. Apenas algunas ruinas de fuertes en lo alto de Skardu, como el de Karpoche, por ejemplo, o algún edificio. Los que veis en las fotos (mezquita de Chaqchan o el palacio del Rajá) son del pueblo de Khaplu, a 100 km de Skardu, camino a un nuevo treke desde Hushe.
Viendo el plan en las ciudades, vuelvo a la naturaleza que tanto me da.
¿Tienes ganas de conocer otro rincón increíble de Pakistán?

Día 14 de agosto
Eran sólo 30 kilómetros, pero tardé tres horas. Sí, en moto a una velocidad descomunal media de 10 km/h.
Y no era culpa de la carretera. Al contrario, es un reflejo de cómo estoy viajando: sin prisa ninguna, parando un montón para observar, descansar, sacar fotos… como si fuera en bicicleta.
Claro que el valle de Hushe bien merecía ir con calma. Subir por la carretera hacia el final del valle, era como ir al fin del mundo. De hecho, esta es una de las zonas más remotas del país en pleno Baltistán (el hogar del K2, Broad Peak, Gashebrum… colosos de 8.000 metros)
En el horizonte, cerrando el valle, estaba siempre visible la montaña de la que nace el río que da nombre a la población y al valle: Mashebrum, un impresionante pico de 7.821 metros.
Subí lentamente, por aquel valle de descomunales paredes de piedra. No podía parar de mirarlas, alucinado. Enormes y profundas gargantas penetraban hacia el interior, ¿qué habría allí? ¿Cómo sería adentrarse por ellas?
Atravesé pequeños pueblos, muy humildes, de casas de piedra y techos de barro, en plena cosecha de trigo y albaricoques.


«Coge los que quieras», me dijo un paisano. Eran pequeños pero auténticas bombas de sabor.
Crucé puentes de madera, colgados encima de un río que bajaba desbocado, potente, musculoso. Era hipnótico contemplarlo.
La carretera asfaltada se convirtió en pista a 10 kilómetros de Hushe. Un poco antes tuve que dar un buen rodeo: las lluvias están siendo más fuertes de lo habitual y el río había destrozado en varios tramos la carretera.
Apenas 3 o 4 pueblos crucé en el camino. El más alto y alejado, mi destino, Hushe. Nada es fácil para esta gente, que vive a 3.050 metros de altitud, que pasa inviernos prácticamente aislados a – 15, – 20°C, que sobrevive de lo que producen, sin electricidad, sin conexión telefónica… y con lo que dejamos los turistas que pasamos por ahí en verano.
Allí establecí mi campo base en el estupendo Refugio Hushe, una iniciativa de la Fundación Sarabastall inspirada por @sebasalvaro8848 cuyos beneficios van destinados a mejoras en salud, alimentación, agricultura, educación y gestión de los recursos medioambientales.
El sitio, la filosofía, el equipo y las vistas desde la tienda no podían ser mejores.
¿No os parece?

Días 15-16 de agosto
Cuando las cosas no salen como esperas no te queda otra que buscar el disfrute de otra manera.
Eso es lo que me pasó en mi caminata de dos días y una noche hasta el campo base del Mashebrum: que no lo vi. Estuvo nublado y lluvioso todo el rato.
Y es un poco frustrante saber que estás ahí, en un sitio en el que deberías estar viendo picos de 6.000 y 7.000 metros y glaciares imponentes… y lo que ves es una densa capa de nubes. No sólo eso. Te empieza a jarrear justo cuando llegas al campo base, el momento esperado…
Me dio rabia, para qué engañarnos, pero disfruté muchísimo de esos dos días en plena naturaleza, casi en total soledad. Decidí ver el lado bueno: pensar en lo afortunado que era por estar ahí, por poder permitirme estar haciendo lo que hago y estar en un entorno casi virgen, respirando aire puro, estando sano y subiendo fuerte, conociendo otro rincón maravilloso del planeta.
El día del ascenso fueron 6 horas de bonita subida (y a tramos dura). Primero entre cultivos, luego bosques y finalmente esquivando el glaciar y cruzando riachuelos. Fueron 800 metros de desnivel hasta Brumbrama, la pradera en la que hice noche en soledad, a casi 4.000 metros. Bueno, en compañía de algunos yaks y vacas pastaban por ahí y que se acercaron en mitad de la noche a olisquear mi comida… y darme un susto que casi me muero.
El siguiente día ascendí casi hasta el campo base, pero cuando tocaba cruzar el último glaciar, empezó a llover fuerte y, la verdad, pensé para qué. Así que me di media vuelta, recogí el campamento y empecé a bajar hacia Hushe.


A falta de picos nevados, busqué y encontré en lo más próximo: en el increíble color de algunas piedras. En la cantidad de flores. Localicé algún ratoncillo, un hurón, un perdigallo himalayense. En el agradable olor que siempre trae la lluvia.
De regreso, me entretuve tomando un té con unos excursionistas locales, antes de disfrutar en el Refugio Hushe de una buena ducha, una súper cena y una cama cómoda en la que poder soñar, feliz, con los siguientes pasos.
Dime ¿a ti también se te han «chafado» planes por culpa de la lluvia? ¿Qué hiciste?