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Mi viaje por Pakistán – Empiezan los berenjenales

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Ruta por: Lago Rama, Astore, Campo Base cara Rupal del Nanga Parbat, Altiplano de Deosai

9 de agosto de 2022:

Cuando pensé en venir a Pakistán tuve claro que quería independencia. Libertad de poder ir dónde y cuándo quisiera. De dormir en donde lo necesitará y comer algo básico pero suficiente. 

Por eso me decidí a alquilar una moto, traerme tienda de campaña y material de acampada básico y un hornillo de gas para poder calentar una cena o desayuno en lugares especiales (o, simplemente, donde me pillara la noche). 

Uno de ellos ha sido el lago Rama. Bueno, en realidad no llegué al lago, porque se me hizo de noche, pero acampé en un bosque precioso a solo 4 kilómetros. 

Y es que me llevó más tiempo del pensado (lo que ya viene siendo habitual) recorrer los 67 kilómetros desde donde me dejó sano y salvo el jeep de Fairy Meadows. 

Sobre todo porque conduzco lento, a 30 km/h de media. Paro mucho a sacar fotos (los paisajes lo merecen) y a tomar tes en el camino y descansar de la tensión que supone circular por las carreteras / carreteruchas / pistas / caminos de cabras de este país. 

Así que tras circular un poco por la desértica Karakorum Highway me desvié al valle de Astore, remontando el río homónimo. Y en el pueblo, del mismo nombre, empezó un ascenso brutal hasta el lago, donde se hizo de noche. 

Pero ni tan mal. Acampé en un pinar precioso (las fotos son de la mañana siguiente), cené los restos de la comida (pollo karahi con patatas fritas), tallarines tailandeses que me regalaron unos paisanos de ese país un par de días antes y uvas) y a la mañana siguiente subí por una pista tremebunda hasta el lago, una preciosidad entre glaciares. 

Me pasé la mañana dándole la vuelta, trepando por el glaciar Sachen (en realidad, un extenso campo de piedras depositadas sobre el hielo) y saludando a los pocos turistas que se animaban a subir a este lago poco visitado y conocido. 

Lago Rama se llama. Gracias a la moto y la libertad que me brinda pude conocerlo. El esfuerzo de llegar mereció la pena.

Día 10 de agosto:

Reconozco que me quedé tan flipado con en Nanga Parbat el otro día que cuando me fijé que en mi ruta pasaba cerca del campo base de la cara sur, quise ir.

Lo que no sabía es que aquel día sería uno de los épicos, por el berenjenal en que nos metimos (me metieron, más bien) dos moteros pakistanies que conocí por la tarde. 

El caso es que la bajada del lago a mediodía fue preciosa, disfruté de unos paisajes que la tarde anterior no pude. Una maravilla de zonas de cultivos de altura en pequeños pueblos antes de tomar la carretera principal. 

Comí en Astore un plato de judías con pan recién horneado (fui la sensación en el restaurante local), compré algo de fruta, frutos secos y una navajita (ya perdí la mía) , y seguí serpenteando feliz río arriba durante 2 horas. 

Y cuando iba a llegar a mi destino, el pueblo de Tarshing (a 10 kilómetros del campo base) me encuentro a dos moteros que me dicen que ellos van a llegar a 1 kilómetro del campo base Herrligkoffer por una nueva carretera (¿carretera dijeron?) que han hecho y que por qué no me animo. 

Y yo, que me he propuesto no decir que no a ofrecimientos, pues me puse a su rueda. 

Y lo de siempre. Al salir del pueblo (quedando solo una hora de luz antes del anochecer) la carretera bien, pero a los dos kilómetros empieza a degradarse. Tanto que avanzamos tan poco a poco que se nos hace de noche. Eran sólo 7 kilómetros pero se hicieron eternos. 

Lo peor a sólo 2 kilómetros del destino: un tramo de piedra suelta, en subida, de varios cientos de metros donde nos atascamos. Primero ellos, luego yo, caída incluida (sin consecuencias ni para mí ni para la moto). 

Las ruedas derrapando. Los motores que a 3.000 metros notan la altura y pierden potencia. No hubo más remedio que hacer equipo e ir empujando entre todos las motos para subirlas, una a una, en lo que fue nuestro pequeño infierno. 

Extenuados llegamos bien entrada la noche al campamento. El berenjenal del día, como diría @sinewan, había concluido bien, pero llegamos sanos y salvos, felices, a nuestro objetivo: acampar a sólo 1 kilómetro del campo base del Nanga Parbat, cuya nieve en la cumbre iluminaba la luna. 

Solo siento no tener fotos que acompañen el relato pero, la verdad, cuando estás preocupado saliendo del entuerto es lo último en lo que piensas. Bueno, yo.

Está claro que no valgo como moto-influencer 😂.

Día 11 de agosto:

Ahí estaba. Una pared de casi 5.000 metros encima de mí. Era verdaderamente impresionante. En Nanga Parbat en su cara sur. 

Tenía un magenitismo que se podía quedar uno mirando durante horas. Creo que por eso, para espabilarme, a la hora de estar en el campo base de Herligsskoffer empezó a esconderse la cima detrás de un manto de nubes. 

Decidí despedirme de mis amigos y caminar hasta el siguiente campamento, siguiendo los pasos de los pastores que suben a esas zonas en verano. 

Atravesé un pedregoso glaciar, siguiendo el claro camino de pisadas, cacas de burro y mojones. Se me hizo eterno aquel sube baja por las rocas que ocultaban la lengua glaciar, aunque a veces se veía el hielo o se oía como se descongelaba creando riachuelos. 

Me cruzaba con esos transhumantes que cargaban leña en burros hacia sus pueblos, valle abajo. Que cuidaban de cabras, ovejas, vacas y yaks. Que, supongo, obviaban la montaña con los ojos de quien la conocer palmo a palmo. Todo lo contrario a lo que me pasaba a mí. 

Avancé tres horas y me di media vuelta al llegar al lago glaciar a los pies de otro fundente glaciar. 

Al llegar al campamento el cuerpo me pedía cama y ducha. Hacía 4 días que no me daba una buena, así que recojí la tienda, desandé el camino tortuoso del día anterior y bajé a Tarshing, donde cantos repetitivos sonaban por la megafonía de las mezquitas. 

Era la ashura, la celebración chinita que conmemora el martirio de Hussein, uno de los profetas. Todo el mundo vestía de negro. Todo estaba cerrado. 

Aunque me dio rabia, no tuve energías de indagar más, de ir a ver qué sucedía. Me esperaba una reconfortante ducha de cubos calientes de agua y una cena de arroz briyani con lentejas bien ganada.

Día 11 y 12 de agosto:

Tengo unos mapas mentirosos. No solo el de papel, también los que llevo descargados en el teléfono estaban ambos equivocados. 

Los tres mostraban que me iba a encontrar una carretera sencilla para atravesar el altiplano de Deosai. 

Pero aquella pista de 80 kilómetros, cuyos 40 centrales fueron una simple sucesión de piedras y cantos rodados infames, fue una tortura para mí y para la moto. 

A ver, viendo el panorama podría haber reconsiderado, pero la verdad es que no había vuelta atrás: de esa manera completaba un recorrido circular, y porque el paisaje de ese Parque Natural era una preciosidad. Un «must see» como me dijeron aquí. 

Tras el bonito ascenso por valles boscoso y con pueblos básicos, me encontré llanuras infinitas llenas de flores y pastos, colinas ondulantes rematadas a lo lejos por paredes afiladas de roca grisácea, y esa luz especial de lugares a 4.000 metros de altitud. 

Estuve dos días para atravesarlo, haciendo noche en uno de los campamentos oficiales (que parecía más bien un campo de refugiados por las tiendas de lona en las que la gente se podía alojar). Cené arroz con lentejas y a dormir, esperando que los osos no se acercaran por allí como dicen que sucedió anoche. 

Fueron dos días bellos pero duros, en los que me crucé con alguna moto y, sobre todo, con 4×4. Los de transporte local cargados hasta con gente en el techo y los de turistas, estupendos Land Cruiser blancos. Aunque también vi algún turismo queriendo machacar sus bajos y carrocería sin piedad. 

Bajar del altiplano a Skardu y, sobre todo, encontrarme con el asfalto es uno de esos momentos que no olvidaré. Ni tampoco la ducha de agua caliente que me di en la pensión a la que fui a parar. Sencillos premios que reconfortan a las almas aventureras.

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