Ruta por: Islamabad, Valle Kagan, Babusar Top, Fairy Meadows, Nanga Parbat
1 de agosto de 2022:
¡Arranca mi aventura en moto por Pakistán! ¿Vienes?
Tras 4 días en Islamabad:
• Ya tengo la moto. Una Suzuki 150 GS, alquilada a @ride_away_rental.
• Ya tengo mi kurta (la camisa larga, aunque no llevo los pantalones tradicionales, sino los míos, con bolsillos 😉).
• Compré la bombona de gas (muy difícil por falta de stock), así que listo para acampar.
• Disfruté de esta cómoda, verde y planificada ciudad que es Islamabad y del caos y bullicio de su vecina Rawalpindi.
• Comí de lujo, comida especiada, con la mano, y bebí tropecientos tés con leche y azúcar.
• Superé el jetlag.
• Y con la tarjeta SIM, dinero y ganas, muchas ganas, arranca mi periplo por Pakistán.
Salgo con muchas ganas de disfrutar, aprender, sentir y afrontar las sorpresas que me regale el camino.
Intentaré compartir cómo es esto, cómo es viajar en moto por este país, y cómo me siento.
No será como el viaje de Islandia, que fue un diario, pero intentaré contaros.
¿Os apetece?

Día 2 a 4 de agosto:
Llegar hasta los 4.170 metros de altitud sobre el nivel del mar (al puerto de Babusar) a los 4 días de salir de Islamabad ha sido el primer reto superado.
Conducir la moto en estas carreteras (aunque sea en la principal hacia el norte del país, la N15) es una odisea. Sortear constantemente adelantamientos suicidas, boquetes, ríos desbordados, tramos de obras… Hacen que avance solo 100 kilómetros al día, pero tan feliz. Y que sea bastante más cansado de lo que pensaba.
Desde que salí de la capital, he ido ascendiendo poco a poco. Primero, por montañas de bosques de pinos frondosos (visita y paseo incluido por el PN Ayubia) densamente poblados en valles profundos, con cultivos de maiz en lugares inverosímiles.
Luego, pasando por ciudades bulliciosas como Abbottabad o Mansehra, polvorientas, caóticas, con fuerte presencia militar, en las que repostar gasolina.
Y finalmente, ascendiendo lentamente por el valle de Kagan, uno de los mayores destinos turísticos locales del país. Decenas de hoteles han brotado en los pueblos, afeando todo el entorno. Cafés y restaurantes temporales salpican cada curva y cada río, ofreciendo descanso a los turistas de Lahore.




La gente: genial. Curiosa y hospitalaria sin ser plasta. Como Kammer, el dueño del Country Club Resort, que me deja acampar en su jardín. O como Kareem, que me invita a comer en su restaurante. O como tantos que se acercan respetuosos a preguntar de dónde vengo.
Según subo, cambia el comercio informal en las cunetas: primero chales y paraguas, luego mazorcas de maiz y finalmente miel, cosechada por pastores nómadas en lo más alto, a la vez que cuidan de sus cabras en precarias tiendas de campaña. Cuando venga el invierno, bajarán a las ciudades.
Llegar al Babusar La, como se conoce aquí, ha sido de gran belleza. Un aperitivo de lo que me espera: buena gente, paisajes increíbles, comida sabrosa y barata…
¿Se puede pedir más?

Día 5 de agosto:
Os presento a mis ángeles de la guarda anónimos. Porque esta vez sí han aparecido cuando los necesitaba, no como en Islandia…
Y es que hoy, cuando todo parecía ir bien, justo después de la publicación anterior, al parar para sacar una foto a las increíbles curvas que precipitaban la carretera valle abajo, va y se me cae la moto y se me parte la palanca del embrague. Mierda.
Sin saber de mecánica y al tener que enfrentarme a esto por vez primera, me cagué al principio: sin esa palanca ¡no iba a poder cambiar de marcha! No iba a poder meter ni primera, no iba a poder seguir… y quedaban 30 kilómetros hasta el pueblo más cercano…
Así que me senté en la cuneta, me tranquilicé y en frío supe cómo continuar.
Para empezar, conseguí meter segunda, tirando manualmente de la palanca rota, que quedaba colgada. Por suerte todo era bajada, así que me dejé caer rodando con esa marcha metida a una velocidad de 25 km/h (algo que por otro lado era lo recomendable, vistos los desniveles y curvas).
Lo bueno es que no tuve que cruzar ríos, ni sortear tramos complicados con barro, o piedra suelta.
A ratos os admito que me olvidé del problema, el paisaje era brutal: macizos llenos de aristas, de colores saturados, a ratos desérticos, con pequeños pueblos de casas de piedra y techo de adobe, situados por encima de la ribera del río, el único espacio con plantaciones (de maiz) .

Llegando al pueblo, va y me adelantan 3 moteros; sí, mis ángeles de la guarda que, al explicarles en movimiento la situación (yo no podía parar o se me calaría la moto, con los posibles problemas para arrancar), deciden acompañarme a buscar un taller. No me iban a «abandonar» a mi suerte.
Uno se adelantó al llegar a Chilas para ir preguntando por los diferentes talleres, hasta que encontró uno que tenía manetas de recambio… Pero de otra marca y modelo… Mierda, según nos enteramos al parar.
Pero estamos en Pakistán y el ingenio aparece. Se la llevaron al soldador, la deformó, la lijó y consiguió que encajara. Mi viaje podía continuar sin más obstáculos (por hoy).
Por si fuera poco, en la espera me trajeron agua y cuando fui a pagar… ¡ya lo habían hecho ellos y se negaron por completo!
Fue una pena que se tuvieran que marchar, seguir su camino en dirección opuesta. Porque cuando pasan cosas así te quedas sin palabras, tienes una necesidad de mostrarles toda tu gratitud y no poder hacerlo es muy frustrante.
¿Te ha pasado también a ti?



Día 6 a 7 de agosto:
Y me quedé sin palabras ante aquella pared de hielo, de 4.000 metros de desnivel. El Nanga Parbat se levantaba tan vertical que resultaba casi irreal, hasta los 8.126 metros. Era mi primer ocho mil.
Además fue fácil, mucho, porque en pocos lugares del planeta puedes tener un 8.000 al alcance de un paseo. Por eso Fairy Meadows se ha convertido en un fenómeno turístico, principalmente local.
Y es que, tras dos horas de subida por una pista de locos no apta para gente con vértigo (a la que dedicaré una entrada propia), en un jeep de hace 30 o 40 años, te dejan allí donde ya solo se puede subir a pie o a caballo. Así, en otras dos horas y media te has plantado en el «prado de las hadas», donde la vista sobre el macizo montañoso y sus glaciares es espectacular.
Hoteles, tienduchas y zonas de acampada rodean el prado donde hoy en día se juega al cricket, volleyball, se monta a caballo o simplemente se pasea disfrutando del fresco de la zona, a 3.200 metros.
Los pastores que un día habría allí se han desplazado de la zona, hacia Behal, un asentamiento de verano de esta gente que sube el ganado a pastar en verano y baja en invierno al valle.

Este asentamiento lo cruzas camino al campo base del Nanga Parbat, la excursión de día entero que hice, pasando primero por bosques, parando en miradores sobre preciosos glaciares y llegando hasta el lugar donde en algunas ocasiones acampan quienes quieren ascender por la cara norte de esta mole.
Fueron 18 kilómetros, 800 metros de desnivel y kilos de felicidad y endorfinas generadas tras la caminata de día entero que me dejó molido pero feliz, durmiendo como un bebé en mi tienda de campaña.
Han pasado unos días y aún sigo buscando las palabras correctas para describir lo sentido.
¿Te ha pasado también a ti, lo de quedarte tan impactado que te has quedado sin palabras?

Día 8 de agosto:
«Es la carretera más peligrosa del mundo», había leído en varios sitios.
Y qué queréis que os diga, que yo no soy de términos absolutos, sobre todo porque no conozco todas las otras carreteras «más peligrosas del mundo» (que las hay).
Lo que os aseguro es que yo, que soy un tío tranquilo, en varios momentos me acojoné bastante. Pasé miedo subiendo por ella.
Estoy hablando de la pista que sube hacia Fairy Meadows, de apenas 13 kilómetros superando 1.390 metros de desnivel. La hicieron en los 90 allí donde antes había un sendero y de verdad me gustaría saber cómo fueron capaces. Es una obra maestra de la artesanía viaria.
Una carretera ganada al precipicio mediante montones de piedras genialmente ensambladas y encajadas de manera que aseguran la resistencia de la pista. El cómo las pusieron, me cuesta de imaginar. Cuanta gente se despeñó en el trabajo, también.

En algunos tramos la caída vertical es de 500 metros, y cuando ves el río abajo, tan abajo, con solo asomarte a la ventanilla, pasas miedo la verdad. Empiezas a pensar que tu conductor está conduciendo demasiado pegado al borde y que ojalá no venga otro coche en sentido contrario…
Por suerte los vetustos 4×4, de hace 30 o 40 años cumplen su cometido y los conductores habituados a subir y bajar un par de veces al día consiguen que no haya habido ningún accidente mortal en 20 años (o eso nos dicen para tranquilizarnos).
Sirvan estas fotos y texto como homenaje a los que han construido esta carretera, y a los que día a día suben a turistas a disfrutar de los «prados de las hadas», los Fairy Meadows. Son unos genios.
¿Y tú, has estado en alguna carretera similar, que te haya puesto los pelos de punta?
