Equipados con palos para ayudarnos a caminar; con chubasqueros, por si llovía; algo de comer y agua, por si la travesía era larga; y con los calcetines por dentro de las zapatillas, contra las hormigas, partimos en busca de los gorilas. Eramos 24 guiris, repartidos en grupos de 8. Tres grupos para salir a buscar las familias de gorilas de montaña de Bwindi (Uganda). Aunque nunca se sabe el lugar exacto donde van a estar, nosotros pedimos ir a alguna familia que estuviera alejada de la zona de la entrada: estando en un bosque húmedo tan espectacular como era aquel, no nos apetecía caminar tan solo una hora y encontrarlos fácilmente, sin poder disfrutar apenas de uno de los bosques más impactantes que parecía que nos íbamos a encontrar.
La naturaleza se alió en nuestro favor. En vez de la lluvia habitual en esta época, lucía un bello sol que hizo que los senderos no estuvieran llenos de barro, lo cual nos permitió disfrutar más del recorrido. Cuando llevábamos apenas media hora de recorrido, el caminando por una pista, el ranger se puso en contacto con dos rastreadores que partieron al amanecer para saber si los habían localizado y dónde estaban. Y para nuestra sorpresa, resultó que estaban allí cerquita, a la vuelta de la esquina como quien dice.
Cuando nos lo comentó me dio mucha rabia, pero mucha: te dejas 350 dólares (en temporada alta $500) y casi ni disfrutas del bosque, de estar en aquel lugar tan remotamente salvaje. Yo buscaba la aventura, el trepar por laderas embarradas, ir lejos en su búsqueda… no sentir como si estuviera en un zoo o algo parecido. Pero la naturaleza es así: resultaba que el grupo de gorilas que íbamos a buscar, ayer los más lejanos, hoy estaban ahí mismo. En una hora habíamos llegado ante ellos. Un paseo dominical.Lo cierto es que en ese momento me emocioné: aunque aún no podíamos verlos, podíamos oír cómo arrancaban y movían las hojas; estábamos apenas a diez metros de unos bichos tres veces el tamaño de un humano y, aunque son tremendamente pacíficos, estábamos en su territorio. La sensación de miedo, de incertidumbre y de estar en un lugar único se conjugaron para que nuestros corazones se pusieran a mil.
Los dos rastreadores quitaron la maleza que había, despejaron las ramas y hojas para que pudiéramos ver lo mejor posible a los gorilas. Y ahí estaba el macho de espalda blanca. El líder del grupo. Cronómetro en marcha, teníamos 60 minutos para estar allí, a 7 metros, para verlos, escucharlos, olerlos. Y eso hicimos, mientras ellos pasaban de nosotros, actuaban con total normalidad.
La oportunidad era sensacional: el estar así de cerca y observarlos es el final de un proceso de habituación que dura, al menos, un dos años. Una vez detectada una familia que se quiere habituar, se empieza a seguirla día tras día. La reacción inicial de los gorilas es huir. Pasado un año más o menos empiezan a ver que esos humanos no les hacen nada, se relajan y ese es el momento en que se empiezan a acercar y observarlos más de cerca. Suele pasar otro año antes de que se considere que los turistas podemos acudir a visitarlos a ellos también, gracias al trabajo de los rastreadores y habituadores. Por eso, esa experiencia es tan sensacional. Estar allí es la culminación de un largo proceso.
Pero la hora pasa volando. Entre ver cómo come el macho, luego cómo duerme, luego aparece una hembra y se esconde detrás, y finalmente un gorila de un año, ya ha pasado la hora y nos tenemos que ir. Seguramente es la actividad más cara que he llevado a cabo en mi vida, pero no permiten extenderla más para limitar el riesgo de transmitir enfermedades humanas a los gorilas, algo que podría ser devastador.
Así que apaga y vámonos. Fin de las fotos, regresamos al punto de partida. En total, habían sido tres horas. Pero a día de hoy cuando escribo esto, dos semanas después, aún no se si ha sido una de las experiencias más decepcionantes en la naturaleza que haya tenido en África. Seguramente porque iba cargado de expectativas, ayudado por el hecho de que conseguir los permisos no resultó fácil, por lo leído y escuchado de otros viajeros, por el coste o por lo que sea. Esperaba que fuera algo sensacional, espectacular, único. Y fue, ni más ni menos, la naturaleza en estado puro, sin trampa ni cartón. Mi problema es que esperaba otra cosa y no lo que vi: la naturaleza tal cual es. Una pena, porque creo que es una de esas experiencias que uno hace una vez en la vida. Y tal vez ya sea demasiado tarde para repetir.
Ostres… quin bajon!
Ya me has aclarado mi duda sobre ir a conocerlos de vista o no hacerlo. Me imaginaba que esta experiencia era super complicada y cara. Nosotros le transmitimos enfermedades y seguramente les molestamos. Cambio de planes a conocer otros lugares de África naturales.
Hola, Emma. Yo no me arrepiento de ir, y creo que la actividad fue muy muy respetuosa. Pero en ese momento me decepcionó por las expectativas que YO llevaba. Por lo que YO me había imaginado. Creo que hoy en día volvería, pero intentaría pensar que, como animales salvajes, la experiencia va a ser la que tenga que ser, no imaginarme películas ni experiencias brutales. Gracias por leernos y por tu comentario.