Hay casas en las que instantáneamente te encuentras “como en casa”. No es porque te recuerden a donde vivías cuando eras pequeño, ni porque tengan unas comodidades u otras.
Esos lugares moldean la experiencia, la determinan de tal manera que cuando entras en ellos sabes que estar en aquella ciudad y vivir temporalmente en otro lugar que no fuera casa haría que la estancia fuera totalmente diferente.
Me pasó al encontrar mi apartamento en Kuala Lumpur. Me volvió a suceder al localizarlo en Estambul. O en la casa de Berna, en Mombasa. Pero es que me ha vuelto a pasar en Lamu (Kenia), aunque esta vez ha sido para una estancia de una semana.
Fue meter la llave por la cerradura, abrir la puerta y sentir esa sensación de saber que estás en el lugar perfecto, el que el cuerpo te pide. El que hará que la estancia allí sea diferente. Especial.
La casa de Lamu no se la debemos al azar o a la casualidad, sino a la generosidad de unos amigos de Madrid (¡gracias, María, gracias Urko!) pues tuvimos la suerte de poder alojarnos en su casa privada en vez de en un hostal como hubiera sido habitual.
No nos importó que estuviera frente a una mezquita, pues al fin y al cabo, hay tantas en Lamu (preciso: en Lamu ciudad, porque la isla, el archipiélago y la provincia se llaman igual) que despertar con la llamada al rezo a las 5:30 hubiera sido en cualquier caso inevitable. Ni que para subir a nuestra habitación (una de las tres que tenía la casa) hubiera que subir 42 escalones. Así hicimos ejercicio y las vistas era increíbles. Ni tampoco que cada mañana vinieran a limpiar la piscina y barrer las flores que había en el patio, o a hacernos la cama o lavar los platos de la cena (aunque ya los habíamos lavado nosotros solitos, eso nunca nos ha costado…).
La casa es un ejemplo de la mejor construcción y estilo suajili. Desde la parte exterior apenas se puede ni intuir la belleza ni la riqueza del interior. Al igual que en las medinas del Magreb, no se adivina lo que hay dentro. Como en aquellas, la casa se articula en torno a un patio (en este caso, con una pequeña piscina) con vegetación. Lleno de espacios abiertos, con sombra, en los que refugiarse del intenso calor húmedo que hay en la ciudad.
En la parte inferior estaba la cocina (que usamos, otra suerte contar con una), un almacén y un baño, así como la piscina y un comedor abierto en el que nos pasábamos gran parte del tiempo, leyendo, escribiendo y, simplemente, disfrutando del dolce far niente. En el segundo piso, dos habitaciones con baño y en el tercero, la nuestra, la suite: un recibidor, la habitación y un baño con un vestidor. Por si fuera poco, como esa guinda encima de la tarta de chocolate, encima de todo esto una terraza con alguna de las mejores vistas de Lamu. Ahí es nada.
La casa tiene nombre: Umma House. De hecho, también propietario. Pero lo bueno es que no hace falta conocerlo o ser su amigo para vivir en esta belleza de arquitectura suajili. El Hotel Lamu House & Beach Club gestiona su alquiler, así que es tan fácil como dirigirse a ellos, preguntar por la casa y disfrutar de unos días de Lamu, una ciudad que es un verdadero salto atrás en el tiempo, una joya como quedan pocas en Kenia.
gracias por vuestra crónica. Me ha trasladado a Lamu, a esas casas swahili y al ambiente calmado de sus calles y playas….por alli anduve hará unos 10 años,…? recuerdo que habia un español madrileño con su pequeña ong …seguro que habeis coincidido o que le conocéis..creo que se llamaba Rafa?
seguir disfrutando …
un beso
Poli
Ohhh 🙂 Quin lloc més xulo! Jo crec que també m’hi sentiria com a casa!!
«Esos lugares moldean la experiencia», me encanta, en algunos lugares/hogares me he sentido así, aunque no hubiera sabido explicarlo ni transmitirlo tan bien 😉
Saludos
Los buenos viajeros saben ver a Itaca en todos los rincones del mundo