Hemos pasado una semana en Ciudad del Cabo, una ciudad fácil, con una vida no muy distinta de la vida en casa, aunque más tempranera (todo abre de 8 a 17), más deportista (hay muchos campos de rugby y cricket y se ve mucha gente corriendo, pero mucha mucha) y con un urbanismo más extenso, de casas unifamiliares con jardín -excepto en el centro- que hace que no haya separación visible entre unos pueblos y otros.
Aparentemente, las diferencias raciales están presentes en la vida diaria. Por ejemplo, los oficios menos cualificados (cajeros de súper, basureros, vigilantes de aparcamientos, etc.) los hacen solo negros. Los coches lujosos solo los conducen blancos. En muchos semáforos (que aquí se llaman robots) hay negros, nunca blancos, vendiendo cosas de lo más peregrinas: flores, esculturas de animales de madera o hechas con bolsas recicladas, periódicos, banderas, cargadores de móvil, gafas de sol… Los blancos hablan africaner o inglés con acento británico, los negros hablan un inglés que nos cuesta entender, aparte de xhosa o zulu o alguna otra de las lenguas que se hablan por aqua (hay once lenguas oficiales). Los mendigos son negros o blancos mayores de aspecto hippy. Igual lo que les da la pinta hippy son las rastas y la ropa rota… Bueno, igual no llevan rastas, sino solo el pelo sucio y enmarañado… pero parecen hippies que se han quedado en la parra. Y además ¿qué hacen pidiendo, si es cosa de negros?
En cualquier caso, lo que es notable es la suma educación de todo el mundo, negros, blancos y coloured, que son todos los que quedan entre esas categorías: siempre que se llega/pregunta/pide se dan los buenos días/tardes/noches, se da las gracias al conductor del autobús cuando te bajas, se desea un buen día al cajero de la tienda… ¿Será la herencia británica?
Los problemas de seguridad también son un asunto que preocupa: todas las vallas de las casas tienen pinchos o alambre de espino (a veces electrificado) y carteles que prometen un par de tiros. Además, por la noche no hay nadie por la calle, dicen. Nosotros, cuando hemos estado por la calle una vez que ya ha oscurecido, solo hemos visto negros andando y grupos de blanquitos haciendo footing. Por la calle, los negros andan y los blancos corren.
Un día Miquel y Eva nos prestaron su coche* para ir al Cabo de Buena Esperanza. No es el punto más austral ni donde el Atlántico se encuentra con el Índico, pero seguir los pasos de los grandes exploradores tiene algo de romántico ¿no? A un paseo de veinte minutos del Cabo de Buena Esperaza está Cape Point, que es el punto que está más al sur del suroeste de África. La cuestión es poner placas que digan “el lugar más…”.
Aunque no sea lo más al sur que se puede ir, merece la pena llegar hasta allí. El Atlántico, muy bravo, rompe contra la costa rocosa. El parque de Cape Point es una zona de matorral, está todo bastante verde y las playas son de arena fina y blanca. Hay muchísimas aves, aunque las únicas que hemos reconocido son las avestruces. Avestruces en la costa que miran desafiantes a quien se detiene a observarlas. En el parque también hay varios tipos de antílopes y, dicen, porque no las hemos visto, cebras (cebras del cabo, se llaman). Quienes se pasean tranquilamente y se asoman a ver qué hace la gente (y a ver si hay algo de comida que robar) son los babuinos, unos monos que cuando ves de cerca su cara de mala leche, cierras bien las ventanillas del coche y te aseguras de que el seguro está echado, que con lo espabilados que son, igual te despistas y se te acopla uno en el asiento de atrás.
De vuelta a Cape Town paramos en dos sitios. El primero, una playa donde viven pingüinos africanos (son pequeños y con una especie de lunares negros en el pecho) y se pueden ver en la playa, cruzando la calle o incluso debajo de tu coche aparcado. Hay una colonia y si vas al atardecer, se los ve llegando a la playa tras un día de pesca. Están muy acostumbrados a los humanos y van a su rollo, ajenos a las tropecientas personas que los miran y aplauden cada uno de sus saltos, aleteos o sacudidas.
El segundo era un pueblecito, Kalk Bay, donde paramos a comprar pescado fresco para la cena. En el puerto había un par de focas, atraídas por los chavales que les dan comida para que los turistas puedan hacer fotos y sacarse así unas perrillas (los chavales, no las focas). Compramos el pescado, una especie de besugo, directamente a un pescador y de repente un tipo prácticamente nos lo secuestró para limpiarlo, cosa que hizo -y muy bien, por cierto- tras regatear un poco el precio (la cosa quedó en unos 50 céntimos de euro).
Aquí, como en todas partes, el turismo es una fuente de ingresos. Pero nos han cobrado los mismos precios que a los locales y no nos han intentado timar. Además, por lo que hemos visto hasta ahora, no es tierra de regateo (a excepción del limpiador de pescados).
Otra cosa que no podíamos dejar de hacer era subir a Table Mountain. Andando. Casi cinco horas. Casi cinco horas andando cuesta arriba. Pero al llegar a lo alto, la recompensa de las espectaculares vistas de la bahía y de la ciudad. Y la de bajar en un teleférico que parece un platillo volante.
Entre paseos por la ciudad, la visita a Khayelitsa, visitas culturales (muy interesante el acuario y el museo de la esclavitud), excursiones por los alrededores y gestiones infructuosas varias (intentar conseguir el visado para Madagascar sin billete de avión comprado e intentar conseguir visado para Angola), el tiempo ha pasado sin darnos cuenta. Ya agarrábamos los taxis compartidos con naturalidad, conocíamos los barrios por los que nos movíamos y casi casi empezábamos a entender lo que dicen las cajeras del supermercado. Pero era hora de seguir ruta, así que tocaba hacer la mochila, mirar al este y… ¡adelante!
Para quien se lo esté preguntando, el punto más al sur de África es el Cabo de Agulhas, que está a unos 200 kms de Ciudad del Cabo.
* Condujimos sin incidencias a pesar de que ninguno de los dos había conducido un coche “a la inglesa”. Eso sí, el nivel de atención que teníamos que prestar para no meternos en el carril contrario al cambiar de dirección, era equivalente al de un torero en la plaza. Ya nos hemos acostumbrado bastante a que circulen por la izquierda, aunque alguna que otra vez me sobresalto porque el conductor va leyendo el periódico…
A que buscabais el cambio con la mano derecha?
El cambio, el mechero, la guantera, el copiloto… de repente estaba todo al reves, te habias vuelto medio tonto…
Os juntais con «Drinketas» matutinos,,,,,cuidado con esos chóferes….
Imprimiré vuestros escritos y los leeré tumbado al sol,,,,(que al fin tenemos)
Abrazos
Andrés
Me alegro que la experiencia de Africa sea tan fantástica, sigo vuestras experiencias tan interesaantes, soñando vivirlas algún día personalmente.Soñar de momento es gratis!!!