Hola a todos. Sigo bien, muy bien, avanzando poco a poco por el sudeste de Turquía. Tras unos días en Urfa y tras visitar el mítico Nemrut Dagi, llegué a la autodenominada capital del kurdistán turco, Diyarbakir. En una lejana época fue una tranquila ciudad amurallada (murallas de color negro, by the way) a orillas del río Tigris (sí, sí, ese de los libros de historia, de Mesopotamia y todo eso) con una población de pequeño tamaño. Todo apacible hasta que un día el gobierno turco decidió que no le gustaba que los kurdos vivieran en las montañas (eso eran nidos de terroristas) y «gentilmente» les conminó a que se fueran a las ciudades, que seguro iban a estar más cómodos allí. Y eso hicieron. A miles, a cientos de miles. Y la ciudad pasó de tener cien mil habitantes a la población actual de un millón. Las murallas, obviamente se quedaron cortas, cortísimas. Se derrumbó una sección para que se pudiese conectar fácilmente el centro histórico con los nuevos desarrollos urbanísticos (riámonos de las PAU de San Chinarro y demás…) y adelante, ¡a construir! Empezaron su mini boom urbanístico.
Como tampoco era plan gastarse demasiado, por lo menos el gobierno con buen criterio decidió que lo primero eran las cloacas y la luz, así que eso está instalado en todas las casas (o eso parece). Lo que pasa es que asfaltar las calles menores, las que llevan de las avenidas principales a las casas, pues debe ser que salía muy caro así que se ha dejado eso para más adelante. Pero el más adelante me huelo que no llegará en muuuucho tiempo… Mientras tanto por las afueras siguen brotando las casas cuales setas en el campo, sin más calles que caminos de tierra ni más iluminación que una farola cada 200 metros. En fin, que esto no es una ficción literaria pero tampoco es la norma, no nos engañemos. El nuevo centro es vital, vivo, con comodidades, normales y razonables, con casas y calles dignas, no nos engañemos… pero es que al llegar sorprende encontrar esos edificios, de 7, 8 plantas, en mitad del campo, por allí desperdigados, tal vez junto con otro edificio similar cerca… o llegar más o menos al centro y encontrarte un rebaño de cabras pastando en una plaza (¡ojo que por el centro de Madrid de vez en cuando también pasan, que es cañada real!)
¿Y el centro histórico, qué? Bueno, pues la primera sensación fue muy buena: edificios antiguos, bonitas mezquitas… hasta que empecé a adentrarme en él. Y me impresiono mucho, porque es uno de los centros históricos más pobres que he visto hasta el momento. Casas bajas, de 1 o 2 pisos normalmente, muchas de ellas de ladrillo visto, sin siquiera una mísera capa de cemento para taparlo, con generadores de electricidad de hace 30 o 40 años (no he visto nunca nada parecido) en la que según me cuentan hay 3 o 4 cortes diarios. Vaya, que un desastre. Parece que todo el dinero que han invertido en la nuevas zonas lo han dejado de invertir en esta y realmente es triste pasear buscando mezquitas e iglesias armenias en zonas como esas. Se siente, o así me sentí yo, a pesar de lo hospitalaria de la gente, como un intruso en su miseria cotidiana. No hay basura en las calles ni cloacas ni huele mal, no, pero no hace falta eso para evidenciar la precariedad. Hay además miles de niños en la calle a cualquier hora del día (no irán al colegio me huelo, por desgracia) que vi pegarse en tantas ocasiones que perdí la cuenta e, incluso, les pillé dos veces ¡tirando piedras a peatones! Y las mujeres que en cuanto asoma uno la cabeza se esconden y sentir miradas de recelo mientras paseo por sus calles… Es curioso, todo lo bienvenido que me siento en general ahí fue casi lo contrario.
Muchas casas tienen rejas en las ventanas, para que los niños puedan estar en ellas y mirar, tomar el aire, sin caer al vacío. Supongo que cuando las familias tienen 6, 8 miembros basta un descuido de la madre para que el niño acabe saliendo por la ventana… ¡de un tercer piso!
Las mujeres visten con un vestido normalmente de flores, una chaqueta/chaleco de lana y un pañuelo en el pelo, normalmente blanco con ribetes de puntillas. Los hombres, pantalón y americana, y los mas viejos el shawal, un pantalón muy ancho y muy caído (bueno para que la entrepierna no se caliente en verano) y un pañuelo, bien tipo palestino bien de color lila, según sea su origen según me han dicho. Los hombres se dan dos besos al verse y despedirse además de la mano y si el hombre es anciano o una persona respetable, le besan la mano y la acercan luego a la frente, antes de los dos besos de rigor. Una bonita tradición de respeto y amistad, de encuentro.
Apenas he podido entrar en las mezquitas. Estaban casi todas cerradas (solo abiertas en horas de rezo, cosa que pasa en zonas pobres). Los interesantes han (edificios en torno a patios, normalmente de 2 pisos, llenos de pequeños talleres agrupados por gremios) estaban la mayoría en ruinas. Y salvo alguna iglesia armenia y la Gran mezquita mi recorrido de visitas monumental ha sido bastante frustrante.
Me detengo a hablar con la gente. En una ocasión, con unos niños. Miraban mi Swatch con admiración, y me preguntaron cuánto me había costado. Cuando les dije que 12 € (en aquella época, pesetas) fliparon, soprendidos imaginando con lo que podrían hacer con todo ese dinero. Me sorprendió ver su reacción: no es mucho dinero, pero para ellos…
Y para acabar el recuento de guiris: En total vi 1 turista asiático, 1 backpacker alemán (creo) y un grupito de 4 personas extranjeras. Eso es todo. La verdad es que se siente uno especial, ¡aunque solo sea por eso!
Con esto os dejo, que en el cyber este quieren cerrar y a mi se me caen los ojos.
(Escrito el 8 de mayo de 2005)
Turquía siempre se me ha hecho como en otro mundo, con un misterio muy encantador, muy mágico, como para dejarte sin aliento.