Ruta por: Sonoghor, Booni, Chitral, Ayun, Valles Kalash (Bumburet, Rumbur, Birir)
5 de septiembre de 2022:
Cuatro enormes calderos llenos de arroz eran la comida para todo el pueblo. O bueno, para quien quisiera pasar por la casa de la familia del novio, musulmanes ismaelitas, a festejar la boda del hijo mayor.
Ellos estaban en casa de la novia, a 70 kilómetros, y nosotros atiborrándonos a arroz y carne a su salud. Los hombres por un lado y las mujeres por otro.
Por la tarde noche, cuando viniera la pareja, empezaría la fiesta protocolaria y seria, acabando con música de tambores, alcohol casero (aguardiente de moras) y bailes. Pero yo ya me habría ido.
Paré en Sonoghor un día y medio, en casa de Mehtub, un encantador chico que había acogido a Rober @viajerosperrunos y cuyo contacto me había pasado.
Y aquí no se toman a broma lo de tener invitados: te llenan la agenda de actividades. Que si vamos a ver el pueblo, el glaciar, los frutales, a casa de un amigo, a una boda… y porque no había partido de polo, que si no también lo mete en la agenda.

La suerte de encontrar gente que te acoge y dedica a ti y que encima habla buen inglés es lo mucho que se aprende de la cultura, del país, de su vida.
De cómo es y está el sistema sanitario, de qué hacen en invierno cuando hay varios palmos de nieve, de en qué se diferencian de otros musulmanes… infinidad de cosas imposible de sintetizar aquí.
Solo siento mucho agradecimiento hacia gente que sin conocerte te abre las puertas de su casa y se entrega totalmente a ti. Qué diferencia con nuestras costumbres…

Día 6 de septiembre:
Partí a media tarde, después de comer en la boda y de que Mehtab me invitara a un último té, otro, como queriendo prolongar mi presencia unos minutos más.
El recorrido fue corto, por suerte: 40 kilómetros de baches, pista en reparación y polvo, mucho polvo. Entendí porqué muchos moteros iban con el traje plástico para la lluvia: se me metió polvo hasta los calzoncillos. Tardé casi tres horas.
Booni fue mi parada de dos días, en un hotelito, tranquilo y feliz, sin obligaciones sociales. Aunque a las primeras de cambio, caminando por el pueblo, un ismaelita ya me invitó al primer té del día. Su hija, que estudia en Londres becada por la fundación Agha Khan viene a España de vacaciones, ¿me llamará para poder corresponder, como le pedí?
Caminé río arriba, pasando por casas con enormes jardines llenos de manzanos y nogales. Las vistas de las montañas, de 6000 metros de altura, destacaban en lo lejos. Veo como las lluvias han causado daños aquí también: el agua de los pueblos se bebe de manantiales, pura, llevada a las casas con tuberías al aire, muchas de las cuales se han roto por desprendimientos.
De vuelta en el pueblo, veo dos caballos, y sólo puede significar una cosa: ¡hay partido de polo! Me entretengo el resto de la tarde viendo como los ricos del pueblo (los que se pueden permitir tener un caballo solo para esto) juegan a este deporte inventado en Irán y practicado con pasión en esta parte de Pakistán.
Remato el día cenando rico (guiso de carne picada, con gengibre y pimienta) pero al ir a pagar, el dueño se niega: «eres nuestro huésped, nuestro invitado. No tienes que pagar nada». Tras insistir, veo que va a ser imposible.
Siempre he creído que el turismo, al hacer gasto, contribuye a que los negocios prosperen. Pero aquí no podré pagar tampoco (no es la primera vez). Está claro que aquí algunas personas sienten de otra manera lo que significa tener un negocio. Que tienen unos valores diferentes y cosas así me dejan descolocado.
¿Os han pasado también cosas así?



Día 7 de septiembre:
«Si quieres que su cultura perviva, no les visites».
Lo leí una vez en referencia a una tribu de África. Eran cazadores recolectores, vivían aislados, en su burbuja, hasta que les echaron de la zona en la que estaban (porque el gobierno creó un parque natural y no podían cazar en él) y les forzaron a vivir junto a poblaciones. La interacción empezó a modificar su manera de vivir, su cultura, como también hizo el turismo que iba a verles. Están condenados a desaparecer (como cultura única).
Esta cita me vino a la cabeza al visitar los valles Kalash. Son 3 valles en los que vive esta minoría de 3.000 personas, con una cultura, lengua, religión y manera de vivir únicas. Totalmente diferentes al resto de Pakistán.
Se refugiaron en esos valles hace decenios, para intentar preservar su cultura y sobrevivir. Pero poco a poco hasta ahí están siendo arrinconados.
Muchos se han convertido al islam, cambiado su manera de vivir y ver el mundo. Otros se han modernizado tanto que su propia cultura les parece arcaica (que lo es, pero lo ven como algo negativo).
Y el turismo también ha llegado, haciendo que en el valle de Bumburet haya decenas de hoteles, restaurantes (casi todos propiedad de inversores de fuera o musulmanes), gente del mundo exterior (nacionales e internacionales) que viene, saca varias fotos como si los Kalash fueran bichos raros y se van.
Os admito que los dos días que pasé en sus valles los disfruté: conociéndoles, viendo como interactuaban, aprendiendo de su manera de ver y pensar, observando sus casas, cementerios y templos… Pero aquella cita de la que hablaba al principio no me abandonó ni un solo minuto de los que estuve allí.
¿Debería haberles dejado en paz, intentando con mi ausencia no contribuir a su desaparición? ¿Acaso les aporté algo estando allí y hablando de ellos ahora?
¿Tú qué crees? ¿Qué hubieras hecho?



Día 8 a 10 de septiembre:
«Estamos muy tristes, se ha muerto la reina», me dijo Irshan. Yo, que además soy republicano, tardé en entender porqué le afectaba la muerte de Isabel II, la reina de Inglaterra, que había pasado a miles de kilómetros de allí.
Y no, no era porque antes de la independencia en 1947 el territorio que es hoy Pakistán perteneciera a la corona británica.
De repente caí en lo que me había contado Rober @viajerosperrunos cuando me puso en contacto con ellos: resulta que el abuelo de Irshan fue el rey de Chitral, la región en la que me encontraba. ¡Irshan (y sus dos hermanos) llevaban sangre azul en sus venas!
Y diréis ¿reyes en Pakistán? Pues sí, este país tiene, como tantos países que han sido colonias, algo de artificial: han juntado a vivir bajo un mismo estado reinos, zonas tribales, gentes que nunca habían tenido que convivir (o que habían sido rivales entre ellos) creando un ente y una nacionalidad ficticia.
En el noroeste del país, desde 1320 a 1947, hubo un reino enorme, el de Chitral, que al finalizar el dominio británico en la zona decidió unirse a Pakistán, con la posibilidad de hacer un referéndum futuro si querían revertir esa situación.
Y fue así como durante 3 días estuve alojado, ni más ni menos, que con la familia real (emérita, como JC).


El casoplón en el que me alojaba ya debería haberme dado una pista y eso que era solo el ala para invitados que tantas casas tienen en este país. Era una mansión compuesta de 2 habitaciones, un enorme salón y un baño, en el que poder alojar y servir a invitados sin interferir en el día a día de la familia.
Durante los 3 días que estuve allí, nunca me preguntaron cuando me iría. Eran felices con mi presencia. Que si me llevan a cazar un día, que si me enseñan el pueblo, que si vamos al mecánico y al peluquero (que me querían pagar), que si excursiones a los valles Kalash a saludar a viejos amigos de la familia, sacar a pasear el caballo (el único del pueblo), o simplemente sentados tomando té en el precioso jardín lleno de flores y plantas hablando de Pakistán y España, de nuestras tradiciones, familias, geografía, cultura…
Al irme el padre, melancólico, se acercó y me dijo «estoy triste de que te vayas. Cuando tengo huéspedes soy feliz. Ahora que te vas, no voy a tener ganas ni de comer». Pura ternura. Pura generosidad.
