“Ya nada es igual: era un poblado impresionante, parecía que se retrocedía en el tiempo. Pero todo ha cambiado, ya tienen hasta una carretera y electricidad…” me sorprendí diciendo al describir aquel remoto lugar. En efecto, lo tenían y, además, zapatillas de marca, agua corriente, televisiones, un par de tiendecitas, neveras y hasta cobertura de teléfono móvil. Un desastre, pensé al verlo.
Había regresado a aquel lugar y estaba deseando que nada hubiera cambiado. Encontrarlo tal y como era hace años, decenios, siglos: bien pintoresco y distinto, sin nada de eso que llamamos el Desarrollo Económico. Sentí mucha pena al observar los cambios, pero, no lo negaré, posteriormente, mucha rabia al reconocerme pensando así de egoístamente: ¿No tienen acaso el mismo derecho que nosotros a querer disponer de electricidad, agua o a bienes de consumo como una TV, ropa o móviles?
Inconscientemente había ido hasta allí buscando una aventura viajera en la ausencia de comodidades de esas gentes. “Vivir como antes”, lo llamaba yo. Pero estaba contrariado: en mis planes no entraban esos cambios. Lamentablemente, sólo estaba preocupado por mi experiencia, por mis sensaciones y no por las mejoras que esas transformaciones van a tener en su calidad de vida. Es cierto que seguramente traerán aparejados infinidad de alteraciones en su sociedad, en su cultura, en su día a día. Unas mejores, algunas no tanto y otras que todos, sobre todo ellos, desearían haber evitado en el futuro. Pero son ellos los que deben elegir.
Algunos pensarán que sería mejor que siguieran yendo con sus precarias chancletas en lugar de usar zapatillas. O que era mejor y más tradicional cocinar con leña, a hacerlo con gas. O que no estaría tan mal que continuasen usando velas para iluminarse. Puro egoísmo. No creo que sea justo ni que tengamos derecho a cuestionar el acceso a este tipo de comodidades ni a bienes a los que nosotros mismos no seríamos capaces de renunciar. Ni tampoco a pensar por ellos, a pensar en lo que es, supuestamente, mejor para esas gentes desde nuestro cómodo sofá del salón con calefacción central, pensando únicamente en lo excitante que será nuestro próximo viaje.
Que post más certero, más cierto y más real, oculto en el inconsciente de todos los que tenemos a un explorador en nuestro interior y soñamos con conocer lo más auténtico de lugares que consideramos «otro mundo» y que sigan asi por siempre.
El argumento » la globalizacion es un problema» es muy cómodo de decir desde nuestra mente cómodamente globalizada, disfrutando de todas las bondades que nos da esa globalizacion y nos permite leer y contestar a un post en un pueblo en mitad de Galicia. Y si vamos a un pueblo en mitad de «dondesea» nos lamentamos de que allí haya llegado tambien todo lo que conocemos en nuestro mundo. Egoísmo viajero? Muy posiblemente.
Genial, Pablo.
Gracias por tu comentario. Me alegra de que te haya gustado.
Además, estoy muy de acuerdo contigo en tu comentario.
Pablo, me ha encantado esta entrada. Es tal como los comentarios que he oído algunas veces. La gente se molesta si un tuareg o un maasai habla por su móvil, o lleva reloj. En fin…
No quiero imaginar que en esos «pueblos remotos» haya una emergencia médica y no tengan un teléfono, sea del tipo que sea, para avisar a un médico o enfermera.
¡Un abrazo!