Llegamos reventados a Benín. Tras atravesarnos Nigeria en 5 días y sufrir dos fronteras en apenas una semana, necesitábamos un descanso. Unas vacaciones del viaje. Suena raro, pero no lo es tanto. Viajar también tiene una rutina de la que escapar: abrir y cerrar la mochila todos los días, dormir en un hotel diferente cada noche, meterte varias horas de coche/furgo/bus cada par de días, tener que ver, visitar lugares, comer cualquier cosa cuando puedes… eso cansa. Necesitábamos un poquito de calma y reposo.
Grand Popo fue la elegida. Decía la guía que no hay absolutamente nada que hacer allí y no se equivocaba. Estuvimos en un pequeño hotelito, con solo tres habitaciones, descansando, leyendo, poniendo al día el diario, durmiendo… Por la mañana a primera hora salíamos a desayunar a la cafetería: un chiringuito con banquetas en la acera. Tortilla y nescafé con leche condensada, que aquí llaman cafe au lait. Pudimos probar casi todos los restaurantes (4) y puestecillos callejeros (3 ó 4). El mejor, uno en el que la mamam un día nos intentó cobrar el doble y otro, cuando pedimos la comida cerrándole el precio de antemano nos dio la mitad de la ración. Una pena, pues su pescado en salsa de tomate picante era excelente, pero no volvimos, como comprenderéis.
Cinco días de no hacer nada no fueron suficientes, pero nos fuimos a Possotomé, por eso de cambiar. Un pequeño pueblecito al borde del lago Ahemé, famoso por sus aguas termales. Increíblemente, no había que pagar el doble por una habitación con agua caliente: lo quisieras o no, salía así del grifo. Pero no os hagáis una imagen mental de resort termal de lujo o nada parecido… tan rural era que al minuto de andar por cualquier camino polvoriento y rojizo ya estábamos entre campos de ñame y mijo. Allí pasamos un par de días alojados en la habitación «Tokyo» de un hostal que resultó ser el único lugar para comer sentado. Una noche el pollo que andaba por el patio acabó braseado en nuestro plato en apenas media hora, el tiempo necesario para preparar el acompañamiento: puré de ñame, el plato estrella del país. Pero por no hacer ni visitamos adivinador alguno, ni ningún templo de vudú ni cogimos una canoa para conocer mejor como pescan en ese enorme lago, de una profundidad no superior a los 3 metros… seguíamos en formato seta.
Cotonou, la capital económica, nos abrumó viniendo en el estado zen en el que llegábamos. La ciudad se ha hecho famosa, merecidamente, por sus niveles de contaminación y en apenas unos minutos tras llegar supimos el porqué. Montados a lomos de dos mototaxis, pararse en cada semáforo (por suerte no hay más de una docena en la ciudad) era como meterse en una bruma infernal de CO2, asfixiante hasta el punto del mareo. Decenas, miles de estas motos recorren la ciudad: no hay autobuses públicos y apenas taxis de 4 ruedas. Los «zem» son los reyes de las calles. No es fácil usarlas, ni llegar donde quieres. Las calles tienen nombres, al igual que tu mapa, pero ellos no los conocen. Tienes que buscarte edificios o negocios conocidos. El otro día fuimos a un restaurante cuya indicación era «cerca del peluquero Doujou». Al lado de nuestro hotel está la compañia de teléfonos MTN, que todos conocen, al contrario que nuestro alojamiento. Aunque, a decir verdad, esto pasa en todas las ciudades del país. El restaurante Saveurs de Benin, según indica en su tarjeta está «en la calle de la Dirección General de Mbov». Como para preguntarles por el código postal…
En Cotonou, entre actividades más lúdicas, nos fuimos al hospital, en realidad una clínica privada pija para los estándares de aquí, en la que nos soplaron 20€ por la visita y 15€ por los análisis. El doctor resultó ser, para nuestra sorpresa, el tipo cojo con oscuras ojeras que observamos con tristeza mientras atravesaba el hall de entrada, quien determinó que en vista de mi cansancio físico y sobre todo de los resultados de los análisis debía de tener gusanos en el intestino. De qué tipo, a saber, pero con una pastilla aquel día y otra a los diez días se han tenido que ir. Al menos yo ya no estoy tan cansado, aunque como más que antes, lo que no sé si tiene sentido pensando que antes tenía que comer por varios y ahora solo por mí mismo. «Carnes mal conservadas y verduras crudas» pueden ser las causantes según dijo. Poco podría comer si las eliminara de la dieta por precaución…
En un coche con 4 personas apretujadas detrás y 2 en el asiento del copiloto nos fuimos a Porto Novo, la capital, que lejos de ser más cosmopolita resultó tener más edificios coloniales, más calles sin asfaltar y decenas de templos, entre los cristianos, musulmanes y de vudú. Eso sí, con un concierto o actividad cultural cada día de los que estuvimos allí. Nos decidimos por la que creíamos que sería la presentación del disco de un tal Yul, que era además gratis. Fuimos encantados pensando que oiríamos algo de música. En realidad, por lo que observamos se trataba de un evento para sacar dinero para promocionar al cantante y su prometedora carrera musical… durante la hora que duramos allí el presentador se dedicó a sacarle la pasta a su productora (1.500€), al párroco de su iglesia (75€), a su dentista (75€) y, entre otros, a Pablo y María (aka Itziar) quienes tras declarar, micrófono en mano, que ellos estaban muy contentos de estar allí pero que habían ido para escuchar música y que comprarían el disco encantados, el presentador consiguió sacarnos 3€ entre los aplausos del concurrido público. Al rato cantó un par de canciones y la gente salía a pegarle billetes en la sudorosa frente mientras cantaba como aportación a su promoción, algo mucho más elegante que que te hagan decir a través de un micro la pasta que vas a poner, la verdad. (Por cierto, el disco no lo vendían, así que en realidad no nos enteramos de qué iba aquel sarao, si era la promoción de un disco presente o futuro, el inicio de una gira, un fraude enmascarado con formato de musical…).
Otro día visitamos Aguegué con una piragua. Si no eres turista ni tampoco blanco, puedes ir a ese pequeño pueblo de casas «flotantes» en piraguas a motor formato autobús, cual patera, atravesando los 12km de lago hasta el pueblo. Pero como nosotros lo éramos, al llegar al embarcadero resultó que, casualmente, ninguna de las barcas llenas de gente iban a donde nosotros queríamos y que las que estaban vacías nos las alquilaban para ir y regresar por 20.000 francos. Pagamos 8.000 tras media hora de negociación, pero salimos entre barcas atestadas de gente nosotros dos solitos, cuales blanquitos ricachones, a visitar aquel pueblo de pescadores construido en una isla en medio del lago. La visita del pueblo la hicimos a pie, porque el lago estaba con el nivel de agua bajo, caminando entre cerdos (que no llegamos a preguntar qué hacen ni qué comen cuando sube el agua), niños reclamando su regalo y, sobre todo, gente que se pregunta qué pintan los blancos caminando por ahí si el lugar está lleno de basura, casas de madera de lo más elementales y rústicas (propiedad de los que aún no tienen dinero para cambiarse al cemento y ladrillo) y una iglesia modelo catedral de León en mitad del poblado. Bueno, visto así yo también tengo mis dudas sobre los motivos de nuestra visita, pero las recomendaciones de las guías es lo que tienen. A veces te metes en unos agujeros…
Hola chicos,
en primer lugar feliz año!! madre mía, me acabo de enterar del accidete de Gabón, yo no sabía nada que miedo, no?. Me alegro de que esteis bien y de que no os haya pasado nada. Entiendo que esteis cansados porque entre cada día un lugar, dormir en distintos sitios, los transportes «accidentados»…bueno,lo importante es que seguis felices con vuestra aventura.
No llegó l potal, muchas gracias nos hizo mucha ilusión1!!
besos