Después de cuatro semanas Camerún, país que hemos recorrido de cabo a rabo, tocaba Nigeria. Cuatro semanas en las que hemos pasado por docenas de controles de policía y ejército en la carretera, de los que hemos salido sin perjuicio, aparte de alguna mancha de sudor en la camisa.
Nigeria pintaba peor. A la frontera llegamos con el culo apretado, tensos porque según lo que habíamos leído y hablado con otros viajeros es habitual que pidan el pago de tasas que no existen, regalos que no vienen a cuento y, como nos dijo uno que conoce bien el país, «les gustan mucho las cámaras de fotos». Y nosotros solo llevábamos cuatro (y un goloso ordenador).
Salir de Camerún fue fácil: primero pasamos por inmigración para que pusieran el sello de salida en el pasaporte, todo sonrisas, todo amabilidad, todo «espero que os haya gustado el país». Después, la policía, también amables pero más secos, hasta que «sí, venimos de Madrid pero nos gusta el Barcelona ¿eh?» (carta que hemos jugado mucho porque Eto’o aquí es un dios y todo el mundo es el Barça) y empezaron los choques de manos y las risas por el último 5-0 al Madrid. Apuntaron nuestros nombres y números de pasaporte en un cuaderno primero y en una hoja en blanco después y con un «¡hasta la próxima!» pudimos cruzar el puente que une Camerún con Nigeria.
Pisamos suelo nigeriano como quien regresa a casa de madrugada por las calles vacías de la ciudad, alerta, procurando no hacer ruido y aparentando normalidad. Alguien nos señala una chabola (de verdad, de palos y chapa) y entramos: es inmigración. Hay mucha gente vistiendo uniformes marrones y ninguna sonrisa. Un tipo muy serio nos saluda con un «welcome to Nigeria» y nos pregunta cuál es nuestra profesión, a qué venimos, qué vamos a hacer en el país, dónde vamos después… preguntas que responderemos muchas veces hoy. Miran pasaporte y visado, murmuran entre ellos y, para hacerlo corto, nos dicen que solo nos pueden dar cinco días porque el visado caduca el 10 de diciembre y hoy es día 3, así que nos conceden hasta el día 8. En realidad el 10 de diciembre caduca su validez para entrar al país y una vez dentro de Nigeria podríamos permanecer 14 días, pero en el visado no lo pone claramente. Intentamos conseguir un día más: «si el visado caduca el 10 ¿no nos puede dar hasta el día 9?» «No, el 9 tenéis que salir, así que os doy hasta el 8.» ¿?. Decidimos no discutir porque el visado no es muy claro sobre los días de estancia y en cualquier caso nuestra idea era solo cruzar Nigeria. Vamos, que nos choricean nueve días de visado y nos obligan a correr para atravesar el país. Con la pasta que nos costó…
Siguiente parada: la chabola de la policía. Estos van de azul y son muy jóvenes. El que tiene la cara llena de acné escribe con visible esfuerzo los datos del pasaporte en un cuaderno mientras, muy concentrado, se muerde la lengua. Otro, que por lo menos tiene 20 años, le va indicando lo que tiene que escribir en cada casilla. Este trámite es rápido y solo apuntan los datos de uno de los pasaportes y lo que les contamos de dónde vamos, cuánto dinero en efectivo traemos, etc. Sin siquiera verlo, dicen que los datos del otro pasaporte ya los copiarán. No sé qué dirá su jefe cuando se entere del procedimento…
A todo esto, vamos en un taxi cuyo conductor nos va diciendo lo que tenemos que hacer y nos espera tras cada trámite. El taxista nos indica que entremos en otra chabola. Aquí no hay uniformes ni placas… ni idea de quiénes son estos. Un tipo muy negro con una camisa muy blanca apunta los mismos datos de nuestros pasaportes en otro cuaderno. En la caseta aparece otro hombre, enorme y muy serio, y nos lanza las preguntas habituales, que remata con un «¿cuántos hijos tenéis?» Al oír que «aún ninguno, nos conocemos desde hace poco» (otra carta que jugamos para ahorrarnos explicaciones porque en África no se entiende que las parejas no tengan hijos), nos regala una charla de trasfondo religioso sobre la importancia de tener hijos. Asentimos como niños buenos y en cuanto el de la camisa blanca termina con nuestros pasaportes, nos largamos.
Nos vamos a subir al taxi pero el paciente taxista, con un gesto, nos indica que aún hay más. En la cuarta chabola nos saluda muy serio un hombre gordo vestido a la manera tradicional (pantalones y camisola casi hasta los pies, hechos con la misma tela de muchos colores). ¿Que qué llevamos en el equipaje? Pues ropa, cosas de aseo, medicinas… ¿Que qué medicinas? Analgésicos, antipiréticos, antibióticos… No, no tenemos receta para los medicamentos. ¿Que por qué? Pues porque no hace falta, son medicamentos que se venden en la farmacia sin receta. Y nos explica que es de Narcóticos, que por eso pregunta. ¿No llevaréis drogas? No. ¿Seguro? Sí. ¿Se-gu-ro? dice mirando fijamente a Pablo como cuando de pequeños jugábamos a «ojos de lobo». Pablo aguanta la mirada y pasa la prueba. El tipo, que de repente juega a ser nuestro amigo, dice que cuándo volvemos y respondemos que no regresamos a Camerún. Insiste varias veces: «entonces ¿no nos vamos a volver a ver?» y para evitar que nos pida un recuerdo, le soltamos un «sólo Dios sabe cuándo volveremos a vernos» (tercera carta de nuestra baraja, que aquí todo el mundo es religioso y esas frases zanjan fácilmente las conversaciones). Con media sonrisa nos da la bienvenida a Nigeria, nos desea buen viaje y vamos hacia el taxi.
¿Cómo que aún no hemos terminado? La quinta caseta es la más rápida: sólo hay un tío dormido sobre un banco de madera y otro matando moscas sentado detrás de una mesa que mira los pasaportes, nos los devuelve, «welcome to Nigeria» y nos vamos. Otros que no sabemos quiénes son.
Ahora sí, digo yo. Pues no, nos queda otra, esta sí, la última chabola, la del ejército: dos tíos repantigados a la sombra con los uniformes medio desabrochados. El de mirada turbia me da la mano y sin soltarla me atrae hacia donde está sentado, muy cerca de él. «¿Es tu marido?» «Sí.» «Quiero que te divorcies de él y te quedes conmigo.» La broma se empieza a alargar cuando se ponen a hablar de cuánto dinero está el uno dispuesto a pagar y el otro dispuesto a aceptar. Huy, hablar de dinero con esta gente me da mala espina. Con un «I am priceless!» y unas risas se termina la discusión y empiezan las preguntas rutinarias (aunque aquí nadie escribe nada en ningún cuaderno), para acabar hablando de fútbol y con los choques de manos y palmaditas en la espalda porque en esta caseta también son todos del Barça. Con un «bienvenidos a Nigeria» se despiden de nosotros mientras subimos al taxi y partimos.
Por fin hemos terminado en la frontera. Ha sido largo (nos ha llevado una hora y pico) y tenemos menos días de los previstos, pero en el fondo no ha ido tan mal: no hemos desembolsado nada, no nos han abierto las mochilas que con tanto cuidado habíamos preparado para no dejar objetos de valor a la vista y no ha habido ninguna situación muy desagradable. Como si acabásemos de hacer un examen, nos sentimos aliviados y más relajados pero nos queda la incertidumbre de lo que pueda pasar en los próximos días: la frontera es solo el principio.
Tres minutos en Nigeria y ya encontramos el primer control de carretera. De los cuatro pasajeros del taxi solo nos hacen bajar a Pablo y a mí. Nos indican que nos acerquemos a una caseta donde un tío enfundado en un uniforme del ejército, con bigote y muy educado, nos coge los pasaportes, los mira, nos hace las preguntas de siempre, le decimos que venimos de Camerún, que vamos a Benín… y cuando ha terminado nos suelta un tímido «¿un souvenir?» Nos hacemos los locos. «¿Un souvenir?» insiste y nosotros seguimos haciéndonos los locos. Entonces prueba con «¿un regalo?» y Pablo salta con un «no, no hemos comprado ningún regalo en Camerún» y mientras el tipo asimila la respuesta, le cogemos los pasaportes de la mano y, dejándolo algo decepcionado, nos subimos en el taxi y nos vamos. Welcome to Nigeria.