Dejamos Gabón con buen sabor de boca y con ganas de hacer cosas: había sido un país un poco frustrante, pues al no estar preparado para el turismo apenas se podían desarrollar actividades como descender algún río en piragua o explorar la jungla y los impresionantes bosques…
Entrar en Camerún fue más fácil de lo previsto: tan fácil como saludar a los policías en su caseta, esperar a que rellenasen con nuestros nombres los libros de registros (de salida de Gabón y entrada en Camerún) y bajarnos o montarnos en los taxis que aguardaban en ambas aduanas. Nosotros lo tuvimos fácil y económico: no tuvimos que pagar la tasa de registro que le tocó a nuestro compañero de viaje camerunés en la frontera gabonesa ni el impuesto de circulación que le pidieron al conductor del taxi que nos llevó hasta el primer pueblo del país. Por ahora, la corruptela asquerosa la estamos viendo pero no sufriendo (todas las guías avisan sobre la corrupción en este país: estamos entrando en Camerún, país que Transparency International sitúa como el 146 de 180 de los más corruptos, siendo el 180 el más de todos, Somalia. Los hay mucho más corruptos, pero no tan turísticos como éste, lo cual es una preocupante combinación).
http://www.transparency.org/policy_research/surveys_indices/cpi/2009/cpi_2009_table
Ebolowa fue nuestro primer contacto con el país, pero apenas fue un cambio a Gabón: los mismos mototaxis para desplazarte por la ciudad, iguales alojamientos espartanos, los mismos puestos de brochetas de pollo y pescado por las noches… Eso sí, empezamos a ver cervezas por todos lados, una gran afición en este país, y desaparecieron de repente los coloridos y llamativos trajes en hombres y mujeres hechos con telas africanas… se impone el vaquero y la camiseta. Pena. En esta ciudad perdimos un par de horas legalizando una fotocopia del pasaporte: vas a la policia, cotejan tu pasaporte y visado con el fotocopiado en una hoja y te ponen un sello asegurando que son iguales. Con eso, en los controles podremos enseñar la fotocopia y no desprendernos del pasaporte… salvo que se pongan muy pesados.
Aún con reparos a montarnos en vehículos que no cumplieran todas las condiciones de seguridad, nos vemos obligados a tomar lo que nos ofrecen: nos empaquetan a 21 personas en una pick-up, esas furgonetas con la parte de atrás abierta, normalmente para poner bultos, materiales de contrucción o ganado. Nos tocaba apretujarnos a 15 personas allí detrás y entre los pies de uno, las rodillas de otra y la bolsa con pollos (aquí también viajan con ellos) uno apenas resultaba zarandeado en los baches y charcos de la pista (¡ved vídeo al respecto!). Pasamos durante 7 horas (en dos tramos, pues luego a mitad de camino cambiamos a una furgoneta) por bosques densos y pequeños pueblos de casas de adobe habitados por pigmeos. Y por si fuera poco con disfrutar del paisaje y de una experiencia tan humana (por lo apretujada) nos tocó, como viene siendo habitual, aguantar a un par de borrachos en cada trayecto. Uno de los que no para de hablar a gritos; otro de los que se te duermen encima por mucho que los empujes… y es que aquí para emborracharse lo ponen fácil: venden bolsas de plástico de 5ml (equivale a un copazo) de wisky, ron o ginebra. Como las de ketchup de las hamburgueserías, pero en grande. Ideales para llevar en el bolsillo y pimplarse una cuando estás aburrido.
Kribi fue nuestro destino, un pueblo para, en realidad, designar el litoral sur del país, lleno de playas solitarias. Pero no de las de cocoteros, sino de árboles frondosos y de buena sombra, en los que pasar un par de días descansando. Decidimos salirnos de la ruta más trillada. Nada de turistadas, así que durante dos días nos convertimos en eco-turistas. Vaya, esos que por una experiencia más humana y personal son sableados en nombre de un turismo más cercano, que beneficia a las gentes y pequeñas comunidades, no solo a empresarios. Vaya, que duermes y comes en casa privadas y los servicios que contratas son desarrollados por la gente del pueblo. Lo bueno es que sabes que aunque sea caro, estás pagando a gente humilde y que ese dinero sirve para que lleguen a fin de mes un poquito mejor. Así que dos horas más de coche (Itziar y yo en el asiento delantero, detás cinco más bien aplastados) hasta Ebodjé.
Estaba muy bien organizado, la verdad. Nos asignaron una casa, la de Mama Pauline, sencilla, de madera, pero con un salón y butacones cómodos (decorado con algunas fotos amarillentas) y una habitación para nosotros solos, con un buen mosquitero. El baño, una letrina, y la ducha (a cubos de agua) situados a veinte metros de la casa. Para las comidas (desayuno, comida y cena) íbamos a casa de Christine (de la cual solo vimos el salón, con su mesa y seis sillas y unos butacones impresionantes tapizados con tela de leopardo). No estaba mal lo que nos cocinó, pero hay que decir que la tercera comida en que nos tocó comer lo mismo (pescado guisado con salsa de tomate) nos rayamos un poco. Durante dos días nos paseamos por el pueblo saludando a gente que nos miraba sin mucho interés. Contratamos una excursión para explorar un río en piragua, una maravilla, pero con una hora nos quedamos muy cortos. Estuvimos bañándonos en un mar de agua caliente (de verdad, caliente, calculo 30 grados) o persiguiendo cangrejos (¡ved también un video!). O fuimos a la búsqueda de tortugas deshovando por la noche, pero no tuvimos éxito. Eso sí, la que nos cayó encima nos empapó hasta los calzoncillos.
Conocimos a bastante gente que hablaba español: habían trabajado en Guinea Ecuatorial durante algun tiempo (algunos toda una vida) y claro, este pueblo estaba a tan solo 25 kilómetros de Campo, la frontera con nuestra excolonia. Nos contaron historias tremebundas de corruptelas, pero todos estaban encantados de su experiencia: allí se puede ganar mucho dinero, es un país tremendamente rico (aunque el 30% del dinero que genera el petróleo va directamente a los bolsillos de los gobernantes, según la misma Transparency International…).
Un par de días fueron suficientes. Regresamos como pudimos a Kribi (en moto, después de que el único vehículo que pasó por la carretera en las dos horas que estuvimos esperando fuera un coche con dos personas montadas en el techo, agarradas de cualquier manera…) y allí cogimos un autobús hasta Yaoundé, que no solo salió con hora y media de retraso (nosotros dentro del bus, por supuesto) sino que nos metieron a 5 por fila, en un bus pensado para 4… Cosas peores han pasado nuestros traseros, pero al llegar a Yaoundé de noche estábamos reventados. Suerte que Cathy nos vino a buscar a la «estación» con su destartalado coche.
Siempre pensé que Camerun sería de los paises más coloridos, pero según contais ya veo que no tanto. El cangrejo rosa muy exótico , a nuestra hija le encantaría( claro…es rosa).
La larva esa de las palmeras que tiene Pablo en la mano y que le va a morder… es igualita al famoso picudo que tenemos como plaga por aquí y se esta cargando a casi todas las palmeras.
Bueno ,disfrutad mucho y suerte.
Espero que lo del sahara se calme para cuando paseis por allí( o cerca)
Foloré,,,,que nombre tan curioso….Oid, ¿No habeis entrado en Guinea Ecuatorial? Si lo haceis ya me contais, creo que hay com una especie de gran TORCA que es una maravilla, estuve siguiendo hace unos años a alguien que se dedicó a descende aquellos parajes que me parece que no fueron explorados por Iradier, ya contareis.
Ah, y de poeta nada querido,,,,tidavía confundo valor con precio y eso me hace necio……pero me agrada que te haga gracias.
Un abrazo para cada uno.
Andrés
(Curiosidad)
Las Coreas andan a la greña,,,y el frío viene en un par de dias, me refiero a esas oleadas que dejan todo tieso. Carpe Diem siempre.