Viernes, 1 de octubre
Itziar
Llegamos a la escuela el viernes a primera hora de la tarde y apenas queda Gustavo, el director, y Mingo, uno de los alumnos. Para ganarnos la cama y la comida, empezamos a trabajar con energía. Eso sí, después de la siesta, que hay que adaparse a los ritmos del país… Lo primero, pensar cómo organizar trabajo y actividades, que todo esto es nuevo para nosotros, empezando por el voluntariado y siguiendo por enseñar algo de turismo y dar clases de informática o fotografía.
Intentamos que Gustavo nos describa el funcionamiento de la escuela, los horarios, quién se encarga de qué… pero es muy complicado enterarse de nada porque se va por las ramas y acaba contándonos cómo se hacen las cosas en Cabo Verde y no en esta escuela.
Siguiente paso, planear la primera clase de turismo: “cómo preparar una habitación”. Armados de papel y lápiz vamos a ver las habitaciones para hacer recuento de todo lo necesario para dejar la habitación lista para recibir turistas (que si quitar sábanas usadas y cambiarlas por limpias, que si comprobar si hay jabón, que si revisar la mosquitera para ver si tiene agujeros que hay que coser…). Como para ser el primer día tampoco hay que matarse y además a las 18:00 ya es de noche, nos retiramos satisfechos de haber empezado a hacer algo.
Pablo
Llegamos a la escuela en un autobús público, justo a tiempo para almorzar. Solo queda el Director que nos hace sentir culpables cuando nos dice que se ha quedado porque veníamos nosotros, a pesar de que hiciera cuatro fines de semana que no se va de vacaciones a la ciudad. Genial. Llegamos con energía, ganas, fuerzas, ilusiones. Con calma trazamos un plan de trabajo para los primeros días. La lista de cosas que se nos han ocurrido es enorme. Llevamos varios días pensando en qué mejoraríamos el funcionamiento de su gestión hotelera, la formación a dar a los chicos, los mapas que se pueden pintar en la pared… o, por ejemplo, designar un sitio para acampar fijo. Nos ponemos a ello, y el único lugar bueno que encontramos es debajo de un árbol cuyo suelo está lleno de piedras. Dejamos para más adelante designar ese como el sitio ideal. El resto de la tarde lo pasamos haciendo una lista de tareas para que los responsables de las habitaciones tengan claro qué hacer cuando un turista se va y cómo preparar los cuartos para los próximos.
Después de cenar, recogiendo la mesa, nos encontramos una gotera tamaño las cataratas Victoria. Nos pasamos media hora poniendo cubos, fregando y recogiendo el agua. Nuestro voluntariado promete.
Sábado, 2 de octubre
Itziar
Hoy queremos organizar las actividades que vamos a hacer en la escuela, así que agarramos de la mano al director y al vicedirector y los sentamos, es la única manera de que se hagan las cosas, si no, su frase habitual de “de aquí a nada” en realidad es “nunca jamás”. Tras la reunión concluimos que cada semana vamos a dar dos clases de hostelería (Pablo y yo) y dos de informática (yo) y una de fotografía (Pablo).
Nuestra siguiente actividad del día es revisar todos los equipos informáticos. Hay que aprovechar que hoy hay electricidad, porque en general esto solo pasa durante tres horas por la mañana (proviene de una empresa vecina de procesado de cacao) y otras dos o tres a partir de las 18:00, cuando se hace de noche (del generador de gasolina de la escuela). Algunos días, como hoy, la empresa utiliza unos secadores eléctricos para el cacao y tienen la electricidad conectada todo el día, por lo que en la escuela también hay.
De todos los equipos que tienen solo funcionan dos CPU, así que de poco sirve tener nueve monitores, diez teclados y nueve ratones en perfecto estado. Habrá que ver cómo les sacamos el mejor partido…
Pablo
Luce el sol. Estamos solos así que aprovechamos para hablar con el Director y el Vice para explicarles porqué estamos allí y cuál puede ser nuestro trabajo, nuestra aportación. Parece empeñado en lo mismo que Nora: que demos clases de fotografía e informática. Claro: están en su oferta educativa hacia los chicos pero no tienen dinero para contratar profesores, así que nos dejamos arrastrar y picamos. Las que más nos interesan dar, las de turismo, se quedan en dos horas semanales. Parece poca clase para cada una de las semanas que nos quedaremos aquí.
Empezamos a tachar cosas de nuestra fantástica lista: la primera, revisar los ordenadores que no se han quemado tras el último subidón de tensión. De los 5 que había solo se han salvado dos ordenadores completos para la clase de mañana. Eso sí, tenemos 9 pantallas intactas.
Como es sábado se rompe la rutina de las comidas, pero no la de la desinformación: desfallecidos, comemos a las 3 de la tarde, tras varias veces en las que nos dijeron que la comida estaría enseguida. Y eso, porque preguntamos.
Recogemos mangos de la enorme manguera junto a la cocina. Tres kilos, gratis.
Pasamos la tarde intentando enterarnos porqué no tenemos agua desde por la mañana. Purgamos el circuito de agua pero sigue sin salir. Nos dicen, «es algo del depósito, de unas llaves, del aire, de la presión, de otra canalización que viene del pueblo». En el fondo, ni ellos lo tienen claro. Simplemente, sale cuando quiere, o eso parece, porque cada vez nos dan una explicación y teorizan distinto al respecto de cuándo volverá. Me dedico a intentar recordar acordes y canciones en una guitarra.
Cenamos las sobras de los espaguetis de mediodía, que nunca llegaron a enfriarse sobre el brasero de la cocina.