Regresados de los tres días de piragua, volvimos al asfalto y las cuatro ruedas para llegar a Ranomafana («agua caliente»), un pueblo entre montañas que nos cautivó. En él se respiraba un ambiente pausado y los guías, dueños de hotel, conductores de taxi-brousse y vendedores de vainilla no son demasiado cansinos. Aparte del paisaje, de la buena comida y de las aguas termales (de algún sitio tenía que venir el nombre) Ranomafana tiene un parque natural espectacular por el que hicimos una buena caminata. Con un guía local recorrimos parte del parque pasando por el bosque húmedo, un bosque todo de bambú y de regreso al pueblo, por la cascada (en todo pueblo que se precie, hay una cascada…). Nuestro guía, en lo que debe de ser una práctica habitual, subcontrató a otro tipo para que fuera buscando los famosos lemures y avisarnos cuando los encontrase. Así pudimos ver unas cuantas especies, aunque a mí, vistos de cerca, me siguen pareciendo unos bichos bastante feos.
Fianarantsoa, nuestra siguiente parada, fue paso obligado para volver a tomar el camino del sur. En esta ciudad, en la que ya habíamos estado, paramos el tiempo imprescindible para enterarnos de cómo ir hacia Tolagnaro, en el extremo sureste del país (ver mapa en la página «ruta»), para que nos intentaran timar en la estación de taxi-brousse y para ver un par de partidas de petanca, el deporte nacional. Aquí se toman la petanca muy en serio y Madagascar ha sido campeona del mundo en alguna ocasión. Cuando la petanca sea deporte olímpico le van a dar un buen repaso al Hogar del Jubilado…
Averiguamos que para ir a Tolagnaro hay dos opciones: subirse en un camión Tata con asientos que hace la ruta del tirón en un par de días, en los que solo se detiene a comer y a hacer alguna «llamada telefónica», o ir en taxi-brousse de pueblo en pueblo. Elegimos la segunda, así podríamos viajar de día viendo el paisaje y por la noche dormir en una cama, aunque con suerte nos llevaría el doble de tiempo.
Llegamos a Ambalavao en apenas dos horas… pero con dos días de antelación para poder ver el mercado semanal de cebúes, que reúne a más de 20.000 cabezas. Eso sí, nos cruzamos con docenas de rebaños camino al pueblo, cada uno de ellos marcado con una chapa, una mancha de pintura en la joroba o un recorte de la oreja, para distinguir su procedencia. Esta fue la última parada antes de Ihosy, donde abandonamos la carretera principal del país para internarnos en la RN13, una de las peores de Madagascar, rumbo al Grand Sur.
Muy bueno ! y lo de la canción de «un elefante se balanceaba…» me ha recordado a cuando a María se le ocurrio ,en un viaje lejano , cantar «tengo una vaca lechera…» pero con gestos y todo; allí estabamos 8 españoles haciendo los coros con el bailecito y el poblado entero descojonandose.
Que sigais teniendo mucha suerte
hola amigos!!!!
come state? noi tutto bene. vi seguiamo sempre anche se io capisco pochissimo di spagnolo e filippo mi fa da traduttore, il che è tutto dire!!!
marco cresce e cresce bene. giovedì partiamo per una settimana di mare a lecce. certo, non è l’africa ma per ora ci accontentiamo…
vi mandiamo un mega super abbraccio.
Hasta luego!
irene, filippo e marco
desde el despacho que conoces tan bien os leo con muchísimo interés, las crónicas son bárbaras, divertidas y completas. sospecho que también heroicas por las dificultades para transmitirlas.
me matais de envidia, y eso que paso sin comentarios sobre la foto de la cabecera. ¡qué mirada, os estais derritiendo como dos helados al sol! me hago una idea de cómo va todo.
ánimo y seguid así
muchos besos