Una de las cosas que más nos gusta de Myanmar es, sin duda, el cine. Sí, sí, el cine. No es la afición más habitual del turista, lo sé, pero, en tres semanas que hemos estado aquí, hemos ido ya cuatro veces. Es que es fácil: no sé si será por influencia india o yo que sé pero, en la ciudad más pequeña que estuvimos, de 25.000 habitantes, había (que nosotros viésemos) tres salas.
Lo que hemos tenido que reducir drásticamente ha sido el nivel de exigencia cinematográfica ya que, si no, simplemente hubiésemos visto los carteles (por cierto, pintados a mano, como en los viejos tiempos) por fuera y poco más. Pues, o echan películas de Hollywood de segunda categoría, o películas locales, de más que difícil comprensión… Así que ni más ni menos que nos hemos tragado joyas como «Mr. & Mrs. Smith» (del Pitt y la Jolie), «Alexander The Great» (de la que todavía estamos intentando decidir si algún plano se salva) y, ayer, la peor de las tres: «The Return of the Mummy» (que entra en la sección de inclasificables directamente). Para no menospreciar y fomentar el cine local, también hemos tenido el decoro de chaparnos una myanmarena (¿cuánta gente puede presumir de ello?) en la que Anna se echó una buena y fresquita siesta y yo aguanté el tipo estoicamente, esperando esa escena que hace que una película valga la pena (y que nunca llegó, por cierto).
Así que, ¿por qué hemos ido tanto al cine?
Tal vez será porque es baratísimo. Y de una manera muy curiosa: a la inglesa, en realidad. Es decir, tarificado por zonas. Lo más divertido es que las baratas son las más cercanas a la pantalla, las siguientes las del centro y las posteriores las más caras (del piso de abajo). Porque, aquí, los cines siempre tienen dos pisos y arriba es aún más caro. O sea, las entradas del cine más caras son las del segundo piso, parte posterior, en las que la pantalla parece una televisión de lo lejanas que son. Todo sea dicho, por «ricos» que somos vamos a por las baratas. A 300 kiats. Ni más ni menos que 0,20 euros. Las entradas pijas cuestan la friolera de 0,80 euros y no estamos como para tirar la casa por la ventana.
Tal vez será porque las películas son siempre en versión original. Aquí no está la industria como para tirar el dinero doblando las películas así que, te guste o no, VO para todos. Lo cual está muy bien cuando la película es extranjera (como en las tres de Hollywood; aquí, no creo que lleguen en otros idiomas que no sea inglés) pero, cuando es en myanmareno, la cosa del entendimiento se complica porque ni hay doblaje ni subtítulos.
Quizá porque resulta divertido intentar buscar los cortes que la censura gubernamental hace a las películas. Por desgracia, eran pelis bastante light y lo más que no hemos llegado a ver son los besos de la Jolie y el Pitt, que en un momento se acercaban las caras y al siguiente se levantaban de la cama… ¿todos lo notamos en el cine?
Puede ser que sea porque, con el calor tropical de la calle, pasar dos horas con jersey dentro del cine, pasando frío, es un lujo que compensa pagar la película, por mala que sea.
Y tal vez porque todo el ritual nos parece divertido. Vamos al cine, compramos las entradas (las del piso de abajo en una taquilla, las de arriba en otra), compramos refrescos, gominolas, pipas o similares, como hacen todos los que allí van. Todos. Luego entramos y el acomodador nos sienta (sin esperar propina) cuando va empezando la publicidad; estática, que la rodada es muy cara aderezada con la música de moda de este momento. De pronto, a la hora en punto de inicio de la película, se corta y, tras leer en la pantalla «All citizens pay respect to their flag», nos ponemos en pie mientras suena el himno nacional y vemos la bandera ondeante en la pantalla.
Entonces, empieza la película… y ahí lo de siempre. Algún móvil que suena y no apagan. Algún sonoro escupitajo, pero nada fuera de lo común, vaya. Hasta que, cuando la gente cree que la película está a punto de acabar, se levanta y sale, sin esperar al final de ésta y ni mucho menos a los créditos, que nunca hemos llegado a ver en ninguna de las 4 películas. ¿Para qué van a enseñar todas esas letras que nadie se molesta en leer?
Publicado originalmente el 3 de noviembre de 2005.