Kashgar, Xinjiang, China, Asia! Esto es ya de verdad Asia. Con mayúsculas.
Aunque esto antes no era China, hasta 1765 o así por lo menos, era una región de origen turco, musulmana, tradicional, al borde de un desierto enorme (Taklamantan, que significa «el que entra no sale»… pinta bien no?) y que un día los chinos que decidieron ampliar horizontes la tomaron y ahí empieza todo esto, el principio del fin en realidad.
Porque Kashgar son dos ciudades en una. Dos mundos en uno. Dos siglos en uno. Algo que supongo se ha exagerado últimos anos sobretodo, ya que las ansias de modernización y desarrollo de los chinos están asfixiando, destruyendo y hundiendo todo lo que pueda sonar a viejo, atrasado o tradicional en esta ciudad. Como me temo en tantas otras que no sean chinas chinas.
Cuando uno llega de Kyrgyzstan choca enormemente el cambio, la diferencia. En esta frontera si que hemos pasado a otro mundo. Las carreteras están asfaltadas, las ciudades, por pequeñas que sean, tienen electricidad, agua corriente, miles de tiendas de todo, gente… es otro mundo, hemos, realmente, cruzado a otro país.
Y llegas a la ciudad por una autopista, como recién asfaltada, impecable con dos carriles (y estamos en la parte más remota de China, por lo menos si contamos desde Beijing o Shangai) y vas viendo carros cargados de paja y tractores que salen del campo circulando por ella en dirección contraria, y gente andando o paseando, y entonces te das cuenta de que este país esta avanzando rápido, demasiado rápido, mucho mas que la mentalidad de la gente, que no esta lista todavía.
Y si esto choca en el camino, al llegar a la ciudad en si, os podéis imaginar… Porque nosotros bajamos de la Montana, de las yurtas, de zonas en las que ver a una persona por día era algo sorprendente. En que no hay caminos, ni carreteras y que solo nuestro caballo nos llevaba a los sitios. Y pasamos de eso, en un día, a grandes avenidas, con miles de carteles colgando, publicidad, luces, actividad, fluidez, trafico, gente, movimiento, rápido, rápido, todo en chino, en letras incomprensibles, y grandes edificios modernos, horteras, feos, sin interés, con mal gusto (que a nadie se le ocurra hacer un Erasmus de arquitectura en China, por favor!) y grandes calles, sin un solo bache o agujero, ni una obra a la vista, y todo funciona, y puedes comprar de todo (lo que puedas entender) y todo esto abruma y desconcierta (culture shock a saco!) y recuerdas que habías leído de un Kashgar mítico, de la ruta de la seda, de los viejos edificios, de las estrechas calles… y uno ve todo esto otro y…
Y bueno, que hay que buscar un poco, pero ahí esta. Encerrado dentro de la moderna ciudad, sitiado, bordeado, acosado, un poco de lo que un día fue Kashgar queda en el centro de la ciudad. Oculto, como quien respira bajito para que no lo oigan, intenta sobrevivir a la presión modernizadora china, que todo lo come, rico o pobre, feo o bonito, histórico o irrelevante, con tal de que no sea viejo. Con tal de modernizarlo, de limpiarlo, de achinarlo…
Y es triste, porque la parte antigua de Kashgar es una de las cosas más bonitas que he visto en este viaje. Puro Asia, pero a la vez, tan sorprendente que recuerda a muchas otras cosas. Pues es, en realidad, una medina. Calles estrechas, serpenteantes, sin asfaltar, sin dirección, con casas de ladrillo, bajas, que ocultan patios de entrada a las casas, verdes, jugosos, silenciosos, en torno a los cuales las familias hacen su vida. Y cuando uno camina por la calle no puede pensar que haya gente, pues no hay ruidos mas que los de las bicicletas que pasan por la calle, o algún niño que juega a la peonza o poco más…
Y tuerces una calle y encuentras los bazares, los artesanos, las tiendecitas de especias donde compras desde te a pieles de serpiente o escorpiones, los talleres de madera donde tallan instrumentos musicales o utensilios de cocina, o herreros puliendo cuchillos como han hecho siempre, y pequeñas tiendecitas con apenas algo mas que una nevera llena de algún refresco y chucherías, oscuras, mugrientas, viejas, y peluquerías con sillones de hace lo menos 30 años, con coloridos carteles de cascadas y verdes valles y panaderías donde entras a ver como cocinan el pan en hornos de barro, tandoris, y todo cobra sentido y todo lo leído y oído cuadra con los sentidos. Y miles de restaurantes, mugrientos o no tanto, abarrotados, y puestos en la calle donde comprar las míticas brochetas de carne (shashliks), o pescado frito, y tripas y entrañas hervidas, o sopas de cordero, toda esta comida de origen turco o centroasiático que hemos estado comiendo en los últimos meses. Este si es Kashgar, el tradicional, el uygur (raza originaria de la ciudad) el anclado en el tiempo, el que no debería avanzar, o por lo menos, no en la dirección que los chinos le marcan…
Del que uno sale nada mas torcer otra calle, como quien se traslada en el tiempo, un siglo adelante, como quien se teletransporta y de repente aparece en otra ciudad, sin necesidad de ir en avión o coche. Una ciudad dentro de la otra que conviven, o mejor dicho, la antigua sobrevive como puede, mientras el Kashgar chino, el Kashgar Han (raza de los chinos) crece, aumenta y se come poco a poco lo que queda de ella. Y poco a poco tristemente se ira todo lo que de especial esta ciudad tiene, que no es poco.