El precio y valor son, en países como Uzbekistán, claramente conceptos muy diferentes; como la noche y el día, como la carne y la verdura, como el agua y el vodka…
Sirva el ejemplo siguiente para ilustrarlo. Recientemente, en Bukhara, nos alojamos en un hotel en el que el joven recepcionista-chico-para-todo-gerente, hablaba un perfecto inglés con solo 17 años, con lo cual pudimos hablar con él perfectamente. Nos contó, con toda tranquilidad, que él estaba estudiando en la Universidad y que era muy importante, MUY VALIOSO, tener un título universitario. Perfectamente comprensible hasta ahora, ¿no? Bueno, nos sorprendimos un poco cuando, al preguntarle si estaba de vacaciones, nos dijo que él siempre lo estaba, porque solo trabajaba en el hotel. «Entonces, ¿cuándo estudias en la Universidad?», preguntamos. Todo tranquilo, nos dijo que él no tenía tiempo para ir a la Universidad; que ni le hacía falta; que él ya lo aprendía todo en el hotel y que, cuando llegaban los exámenes, iba a ver a los profesores, les compraba el aprobado. ¡Así de fácil! Les compraba, a TODOS, la nota de sus exámenes.
La verdad es que, a estas alturas, no debería sorprenderme oír cosas así, pues aquí todo funciona así. ¿Otro ejemplo? El otro día, se va mi madre y Àngels de regreso para España. Como no podía ser de otra manera, Anna y yo la acompañamos al aeropuerto (para asegurarnos de que no perdiesen el avión). Llegamos al check-in, ponemos las maletas y lo primero que nos pregunta el tipo del mostrador es «¿Voláis en turista?». La respuesta, sorprendidos por la pregunta, fue «Claro, sí». Poco después, supimos por qué la hizo. Tras facturar las maletas y asegurarse de que había espacio en business, nos ofreció un upgrade a clase business para cada viajera por la módica suma de ¡¡$100!! ¿Doscientos dólares para el bolsillo del tipo y madres confortables en business? Tentador, pero no se puede entrar en el juego; no se debe, sobre todo, por su bien, por nuestro bien. Aunque, a veces, resulta muy tentador, ¡pues la tarifa business es como mínimo del doble!
Así todo, como creo que ya os he comentado. Pagas la entrada normal en la torre de TV de Tashkent para subir al piso 4 (a cien metros de altura) y, cuando estás en el ascensor, el ascensorista te dice que, por un dólar cada uno, te sube al 7 (doscientos metros de altura).
Puede parecer divertido, pero esta corruptela barata es lo que, como no sea erradicada pronto, no permita al país salir adelante como un país serio, firme y fiable.
Como no podía ser de otra manera, los precios también son bastante flexibles y, constantemente, tienen que ser regateados. Por fortuna, no es como en Irán o países magrebíes, que el regateo es demoledor y tiene que ser para bajar el precio como 2 ó 3 veces respecto a lo que dicen inicialmente. Aquí suelen subir un poco los precios y hay que luchar por bajarlos entre un 20% y 40%, lo cual significa que, si no estás duro ese día, lo que te han conseguido aumentar el precio (es decir, timar) no es demasiado, lo cual, la verdad, no es mucho consuelo. Porque es que hay que estar al loro en todo: taxi, restaurantes, la botella de agua que compras, la chocolatina, el melón del bazar, las aspirinas en la farmacia. ¡En fin, en todo! Si pueden, te la meten.
Otras ocasiones son cuando al cliente se le pide que fije el precio, lo cual es de lo más curioso y divertido, sobre todo cuando llegas a una ciudad nueva como Tashkent y el taxista, al decirle el destino, te dice que cuánto quieres pagar. ¿Cuánto? Si ni siquiera sé dónde está la calle. En fin, obviamente se aprovechan de eso, con lo que tirar muy por lo bajo es lo conveniente, por lo menos hasta que, el segundo día, ya has pillado el tema de las distancias y los precios. O como cuando me he ido a cortar la barba (no a afeitar; ¡¡que no cunda el pánico!! Hay que estar presentable para los cruces de fronteras), en la que, tras cinco minutos de preguntar el precio, nos pareció entender que nos dijo que pagásemos lo que quisiésemos. Cuando dimos 500 som (medio dólar), no pareció muy sorprendido, ni positiva ni negativamente, con lo cual asumimos que el precio era el correcto.
Por suerte, el tema del dinero, o del tipo de cambio, es más o menos fácil, pues un dólar es alrededor de 1000 soms, con lo que los cálculos y demás son fáciles. Lo que no es tan fácil, ni mucho menos, es obtener soms. A ver, oficialmente, nada se puede pagar en dólares. En la realidad, los hoteles y souvenires sí te los aceptan, así como taxistas de larga distancia que trabajan con turistas, pero en el resto, nada. Hasta may, no problem. ¿Por qué iba yo a querer pagar en dólares si tienen su propia moneda en este país? Pues bien, por algo tan sencillo como porque, muchas veces, en el banco central (sí, sí, el banco central), ¡¡no tenían dinero para cambiarnos!! ¿Os imagináis intentar cambiar 50 dólares en el banco central y que te digan que vengas mañana? O peor, que te digan que te vayas al bazar, donde hay cambiadores de dinero negro que, por supuesto, están prohibidos y vigilados por la policía, con lo que realmente te la juegas. Porque, si a alguien le van a buscar las cosquillas, es al extranjero que acaba de cambiar unos míseros dólares para poder comer. Por suerte, en las grandes ciudades, este problema es reducido por pequeñas oficinas de cambio privadas en las que, si esperas a las 9 en la puerta, hacienda cola, lo más seguro es que consigas tu preciado dinero para gastar en el país.
Publicado originalmente el 12 de julio de 2005.