Recorríamos las últimas etapas. El fósforo de la cerilla estaba a puntito de quemarnos los dedos. El final, el regreso, era como una pesada losa que cada día sentíamos más cerca. Mirábamos vuelos desde Tánger para regresar a Madrid con vista a una semana, diez días… De pensarlo se hacía como un nudo en el estómago…
En esas llegamos a Oualidia de noche, tras empalmar con elegancia viajera, un Tagazout-Essaouria-Safi de varias horas, pero con Itziar con algunas décimas de fiebre. ¿Un resfriado? ¿Gripe? ¿Algo más? Hacía frío y eso no ayudaba a tenerlo claro. Aunque el pollo con limones confitados y keftas (albóndigas a la parrilla) nos supieron a gloria. Y aún más la cama, en un hotel para nosotros solos… es lo que tiene llegar a una ciudad turística en temporada baja.
A la mañana siguiente los pescadores se acercaban a ofrecernos mejillones y langostinos. Nos confundían con los de las caravanas (ellos sí que tienen cocinas…), que parecían ser los únicos que paseaban por la playa. Todo un poco fantasmagórico: los chalets, los hoteles, los restaurantes… todo estaba cerrado a cal y canto. Deambulamos un poco por las tiendas del cruce entre puestos de naranjas, humo de barbacoas, incienso, comino, humedad y menta. Marruecos huele diferente a África, pero que nadie piense que echamos de menos el olor a cloaca.
Poco más. Tocaba mover ficha en el tablero marroquí, esta vez a Azemmour, sin saber todavía que esa sería nuestra última parada. Ni que los keftas (albóndigas de carne) que comimos al bajarnos del bus (los comprabas por peso, “venga, 250 gramos, por favor, y dos hogazas de pan”) serían los últimos. Ni que las calles de su fantástica medina serían las últimas por las que nos perderíamos. (Una medina fantástica, por cierto, pequeña, cuidada pero con ese punto de natural, nada turística, con las mujeres sentadas hablando en los rellanos de las puertas, los niños corriendo a perseguirse y gritando o jugando al fútbol esquivando a los hombres en bicicleta. Y una gran cantidad de ryad a la venta, esperando a que algún turista europeo decida reformar alguna y hacer un nuevo hotel con encanto de los que tanto saben en este país… ).
Así que dolía pero nos vimos obligados a tomar la decisión: teníamos que regresar, era lo más prudente. Estábamos cansados y, aunque con ganas de llegar a Tánger y descansar unos días, la fiebre de Itziar seguía subiendo. 38,5º. 39,5º. 40º. Así que de un día para otro tomamos la decisión. Un avión nos iba a sacar de allí al día siguiente, de Casablanca, directos al hospital. Sí, sí, al hospital. “Que sean dos Casablanca – Hospital Ramón y Cajal, por favor. Sin escalas y directitos a Urgencias” fue la orden de compra.
Nunca hubiéramos pensado que nuestro viaje iba a acabar así, súbita e involuntariamente. Como un bofetón inesperado, sin darnos cuenta, nos encontramos esperando nuestras maletas en Barajas, bajo los fluorescentes fríos e impersonales de la T1, mientras la cinta iba escupiendo maletas de marroquíes contentos de llegar a Madrid. Pero lo que son las cosas: a nosotros no nos hacía ni puta gracia. Era como si nos hubieran quitado el helado justo cuando íbamos a comernos el último bocado. Una putada, vaya.
¡Cuanto tiempo sin entrar a leeros!,hacía dos semanas que no entraba a ver novedades . Ha sido como esas pelis que te cuentan el final y luego te cuentan como sucedió ese final.
Supongo que ya estará todo bien.
Cuando querais , ya sabeis…
Vaya post tan interesantes que poneis. Lo haceis ameno y divertido. un saludo
Gracias 🙂