Proseguimos el camino hacia Franceville con Ahmed en su enorme camión cargado de vigas de hierro. La velocidad de abuelo nos permitía disfrutar del camino, un bosque frondoso de árboles altísimos a ambos lados de la pista de tierra roja (en muy buen estado de conservación, por cierto). Durante una hora nos acompañó este paisaje mientras música nigeriana salía del casette de Ahmed. El bosque se fue haciendo cada vez más frondoso, la pista más estrecha y las curvas más pronunciadas. Al acercarnos a una de ellas, unas ramas en mitad de la pista hicieron que Ahmed redujese la marcha y exclamase algo en un idioma incomprensible: atravesado en mitad de la carretera había un 4×4 blanco con el morro hundido y destrozado. Los airbags desplegados se podían ver a través del parabrisas hecho añicos. Fuera de la carretera, al final de unas marcas de frenado, un camión volcado sobre su lado izquierdo. Solo veíamos la parte de abajo y aunque el accidente era aparatoso los daños no parecían muy grandes: le faltaba una rueda, tenía la estructura abollada y las decenas de bombonas de butano que llevaba, estaban esparcidas por el suelo. La escena nos resultaba familiar pero vista desde lo alto de la cabina de Ahmed no parecía que aquel accidente tuviera nada que ver con nosotros.
Nuestro día empezó temprano en Lopé, un pequeño pueblo en mitad de Gabón. Situado en mitad de un paque natural, habíamos acudido allí a caminar por la sabana y el bosque ecuatorial, que en esta zona conviven y dan lugar a un interesante ecosistema. El día anterior vimos búfalos y elefantes, monos y huellas de pantera. Hecho esto, decidimos continuar nuestro camino a Franceville por carretera: había un tren, nocturno, pero preferíamos hacer autoestop para viajar de día y así poder disfrutar del paisaje. Un amable expatriado francés nos recomendó ir a la gendarmería, el mejor lugar para aguardar un camión (prácticamente los únicos vehículos que transitan por esa carretera). El gendarme de guardia nos recibió con un amable «esto no es la estación, no podéis dejar las mochilas ahí» tras los cual nos pidió los pasaportes para registrar los nuestros datos en una hoja en blanco «por vuestra seguridad, por si pasa algo». Tuvimos suerte. Apenas esperamos diez minutos cuando apareció un vehículo con hueco para nosotros. Todo el mundo nos había hablado del poco tráfico en aquella carretera así que aunque iba cargado de bombonas de butano, lo cogimos. Pagando, por supuesto. Nos apretujamos los dos en la cabina con Omar (el conductor) y su compañero. Y a lo largo del camino nos entretuvimos buscando los elefantes que Omar decía que a veces se veían. Tuvimos un éxito menor: conseguimos ver sus cacas. Aparte de una apabullante naturaleza habia pocos entretenimientos más, pues apenas hay pueblos, solo alguna aldea sin mucha actividad aparente. Más allá de la carretera solo había jungla, que se iba haciendo más densa. A pesar de que la carretera cada vez tenía más curvas, Omar no aminoró la marcha. Por eso, al encontrarnos de frente con un 4×4 blanco, apenas tuvo tiempo para reaccionar. Con un volantazo consiguió esquivar el impacto frontal pero el peso de la carga hizo que el camión derrapase, golpeando con su parte trasera la frontal del coche.
Dentro de la cabina todos nos agarramos donde pudimos y cuando parecía que el camión iba a detenerse fuera de la carretera sin mayores daños, el volantazo y la inercia de las botellas de butano nos hizo volcar. Al hacerlo hacia la izquierda, caímos todos encima de Omar. Pablo quedó cabeza abajo, apoyado sobre los hombros; Itziar tuvo mejor suerte: el volante, la palanca de cambios y Omar frenaron su caída. A pesar del desconcierto, reaccionamos rápido: apagamos el motor y salimos enseguida de la cabina. Conseguimos incluso no cortarnos con los cristales que había por todas partes. Lo que habíamos colocado hasta entonces en un segundo plano pasó a ser protagonista y nos alejamos del camión rápidamente temiendo que alguna bombona pudiera estallar. Nos inspeccionamos el uno al otro y con la tranquilidad de saber que no teníamos daños, nos preocupamos por el resto: uno con una contusión en el hombro y los otros, felizmente, en buen estado. Durante un buen rato nos dedicamos a recuperar nuestros bienes: las mochilas aprisionadas entre las bombonas, las gafas de sol y una cámara de fotos entre los cristales de la cabina… Nos preparamos y esperamos a algún vehículo que nos pudiera devolver a la población más próxima.
Tuvimos suerte y en mitad de aquel bosque infinito apareció un coche que nos llevó a todos de regreso a Lopé. Estábamos ilesos y felices de que no nos hubiera pasado nada más. Tanto, que al parar un camión para avisarle del acidente, le pedimos al conductor, Ahmed, que nos llevara nuevamente rumbo al interior del país, rumbo a Franceville. Continuábamos nuestro viaje, contusionados pero felices.
pero que susto ¡¡ y que bueno que estén bien ¡¡, los quiero mucho ¡¡
¡menuda aventura os estais pegando!nos alegramos de que esteis bien
Por cierto, muy bien narrado ; eso de narrar primero el final y luego el principio ha sido un buen recurso.
un abrazo y suerte
Sí, muy bien contado porque lo leemos sin acojonarnos. De aquí a guionistas de Memento 2…
Me alegro de que estéis bien. Un abrazo!
Hace días que no entro en la página y hoy me encuentro con vuestro accidente. Cuanto me alegro del final leve. ¿Cómo van las contusiones?. Un abrazo y cuídaros. Teresa.
Olá
Ainda bem que não aconteceu nada de grave!
Todo o cuidado é pouco! África…srrrs!
1 abraço
Mané, Ana Luísa e Sofia
Lastima no haber cogido una bombona para el caping gas jejeje…….
me dais muchisima envidia aun en estas situaciones.