Y sin entrar en muchos detalles, nos plantamos en Tana, en casa, en un viaje casi ininterrumpido de 48 horas. Al final decidimos volver en coche, así que alguilamos un 4×4, un Nissan Patrol del año de la Tana que nos llevó en 15 horas de conducción hasta Vangaindrano, el primer pueblo al que llega la carretera asfaltada desde el norte de la costa oriental. Allí podríamos seguir camino en transporte público y eso hicimos: nos embarcamos en un frenesí rutero empalmando casi consecutivamente 8 horas hasta Fianarantsoa con 9 horas hasta la capital. Llegamos destrozados, como os podeis imaginar.
La de Tana era una parada técnica pues no podíamos seguir remontando la costa hacia Ile de Sainte Marie: nuevamente la carretera estaba destrozada, pero tanto, que ni con 4×4 alquilados. Así que tuvimos que regresar a la capital para dar el salto. Pero antes de partir hacia la costa aprovechamos para hacer una visita a la ONG catalana Yamuna, que tienen montada a 20 kilómetros de la ciudad, en Vontovorona. Un pequeño pueblo entre arrozales y fábricas familiares de ladrillos, que además es la sede de la Universidad Politécnica. Y justo al ladito de esta, Yamuna, una ONG con tres vertientes:
La primera un centro de acogida, en el que viven casi 90 niños. Se ocupan de su manutención por completo y, muy especialmente, de su formación asegurándose de que puedan ir al colegio día a día (tienen suerte, van en autobús, al contrario que a tantos niños, no les toca caminar kilómetros) Otros 3 chicos adolescentes, los mayores, también tienen acceso a formación, pero en este caso profesional (en escuelas oficiales). Tuvimos suerte de verlos a todos, pues cuando llegamos estaban de revisión oftalmológica: había venido el médico y todos aguardaban pacientemente su turno. Cuando todos acabaron, al colegio, todo el día. Al regreso, 9 animadores socioculturales se encargan de las actividades, revisión de sus tareas, etc. y de mantener el orden en un centro en el que hay chicos desde los 4 años hasta los 18 años conviviendo.
Además de los niños acogidos en el centro, Yamuna escolariza a los hijos de las mujeres beneficiarias de los proyectos, a los que además se atiende médicamente y se les da un desayuno y una comida en el colegio. En total, se ocupan de la escolarización de unos 130 niños.
Cuando todos estaban en el colegio, nos fuimos a visitar las casas de acogida, la segunda vertiente de trabajo de Yamuna. Son 16 casas construidas en otro terreno, con agua extraida de pozos y sin electricidad aún (con el dinero se hacen maravillas, pero no magia) en las que puedan residir temporalmente mujeres que han sido abandonadas por sus maridos, que han enviudado y que se encuentran de repente sin cómo salir adelante, sin un lugar donde vivir dignamente y cuidar de sus hijos a la vez que intentan ganar un dinero para ir tirando. Por esas casas pagan un alquiler (buscando su implicación y que lo valoren, que no sea caridad) y ya han sido varias las mujeres que, tras rehacer su vida las han dejado. El efecto colchón que se buscaba sirvió.
Y por tercero y último, hay un centro de formación y producción. Pero no solo de las mujeres que residen en las casas de acogida (principales beneficiarias) sino también de otras mujeres del pueblo. Hay talleres de costura, de artesanía y de agricultura. En los dos primeros casos elaboran productos que, una vez acabados, se exportan a España. El dinero de las ventas revierte a la Asociación y mes a mes las trabajadoras reciben un salario. Es decir, se consigue dar formación y capacitar a las mujeres y además algo que en este país es muy complicado: reducir la precariedad y temporalidad del empleo. Se elimina la incertidumbre diaria de estas mujeres de si ese día se podrá trabajar, de si se conseguirá algún dinero. Con la formación en agricultura se pretende lo mismo y las mujeres, aparte de su salario, se quedan un tercio de lo producido. El resto va a la cocina del centro de acogida, que según pudimos probar es sencilla pero bien sabrosa…
Por último, también tienen una guardería donde las beneficiarias pueden dejar a sus hijos que todavía no están en edad de ir a la escuela (los menores de 5 años) mientras ellas se forman o trabajan en la cooperativa. Y como al resto, solo faltaría, también se les hace un seguimiento médico y se les da el desayuno y la merienda. Nuestra visita a la guardería fue muy tranquila hasta que preguntamos a uno de los niños cómo se llamaba y se puso a llorar, lo que desencadenó los llantos del resto. Obviamente, nos largamos de allí pitando, vaya desmadre les montamos.
Nos gustó mucho la visita. Por conocer un poquito mejor las carencias (que son muchas) de las gentes de este país. Conocer de cerca un proyecto que ataca varios frentes, prestando especial atención a los dos grupos más desfavorecidos (también en las sociedades en desarrollo) como son las mujeres y los niños. Y, sobre todo, un proyecto que pone en valor la formación tanto de los niños como de las madres: la formación como herramienta de futuro, de independencia, para salir adelante en el día a día.
¿Porque se pusieron a llorar ? ¿no sabian su nombre?, ¿ les recordaba de donde venían?.
Buena labor, que no sea todo lujo y despimporre ….
suerte en el camino
Pero ¿como les praguntasteis lo del nombre? no entiendo, con la cara de felicidad que tienen l@s que salen en la foto con Itzi… claro se les acerca el barbudo y me asustaria hasta a mi jeje. Está muy bien que podais ver la realidad no sólo como turistas. Seguid así chaval@s. besos A.
@Angel: yo creo que estaban muertos de miedo pero como si la cosa no fuera con ellos. Pero, claro, al preguntarles su nombre… no habìa duda, les hablaban a ellos! Es que eran muy pequenyos…
@Sor: los de la foto son otros, no los pequenyines. Los de la foto eran tìmidos hasta que se fueron animando y después de freìrnos a preguntas nos miraban las manos, la ropa, los zapatos, me hacìan y deshacìan la coleta… Muy… intenso.