Vale, China: paraíso astronómico, cultura milenaria, delicias y rarezas. Pues sí, sí, todo esto y mucho más en nuestro estómago, pero no os vayáis a pensar que comer en este país es tan fácil como pedir arroz tres delicias y rollitos de primavera.
No es fácil porque no estamos preparados culturalmente. Nos han enseñado, desde pequeños, que bajar la cabeza al plato, chupar del borde y, desde luego, sorber, es de mala educación. Nos han enseñado que no se deben dejar en la mesa los trozos sobrantes y mucho menos tirarlos al suelo. Nos han enseñado que no se puede eructar o escupir en la mesa y, desde luego, no sonoramente. Aquí, nada de eso cuenta. Aquí todo vale. Todo.
Os aseguro que no es fácil comer como ellos. Ya no es por el tema de los palillos que, por fortuna, aprendí a manejar desde joven (¿serÍa una premonición?), sino por todo lo que implica comer en este país. No me siento cómodo sorbiendo los tallarines directamente del cuenco como ellos hacen (los empujan con los palillos en la boca y el resto es sorber), ni bebiendo el líquido del plato a morro (pero así se hace), ni escupiendo fuera del plato, en la mesa, los trozos de carne o similar limpiados. Al comer con palillos, no hay opción de limpiar la carne en el plato; con años de práctica, ellos lo hacen en la boca, metiéndose el trozo entero y escupiendo lo que no quieren: hueso, grasa, carne, etc. Tampoco me siento cómodo, desde luego, escupiendo de forma ruidosa y ostentosa, carraspeando la garganta hasta sacar cualquier rastro de saliva o similares antes de expulsarlo al suelo en cualquier lugar (¿por eso suele ser de plástico el suelo?).
Aunque, si uno se acostumbra a todo esto (¡y a cosas peores), pues tampoco comer parece, a priori, tan difícil. Lo bueno, muy bueno, es que a los chinos les ENCANTA comer. A cualquier hora, en cualquier sitio, se puede ver a chinos comiendo. Y restaurantes abiertos. Y puestos callejeros. Y restaurantes portátiles. Y carritos con fritangas. Y locales especializados. Toda la variedad y surtido de lugares para comer se encuentran en este país.
Lo que más les gusta, y como guiri es más fácil, son los mercadillos nocturnos que se montan, como su nombre indica, al caer la noche. Cualquier acera es buena, siempre y cuando permita poner un chiringuito, un par de mesas y banquetitas. Normalmente, se agrupan por comidas: cada puesto se especializa en una variedad, para no complicar las cosas. Así que, para el turista, que no sabe chino, que no quiere complicaciones ni perder media hora intentando pedir algo de comer (cualquier cosa al final, desesperado), pues aquí no tiene más que ver lo que le gusta, señalar y sentarse a esperar que lo preparen. Los mercados nocturnos, además de ser sitios animados y divertidos, tienen la ventaja de que la comida es preparada en el momento, la mugre (o no) de los puestos queda a la vista de todos (no como en las cocinas de restaurantes) y que, sobre todo, son ricos y baratos.
Entre los puestos y variaciones vistas, la número uno de preferencia china es el Hot Pot, una cacerola de caldos hirviendo (uno picante y otro super picante) en la cual hunden pinchos con cosas clavadas en sus puntas para que se cocinen: carnes, verduras, sojas y derivados, y otras muchas que no hemos conseguido averiguar todavía de qué están hechas (ni mejor saberlo). La segunda opción favorita es como ésta, pero con pinchitos fritos en lugar de hervidos. Por grasienta, no la hemos probado, aparte de que uno no cocina sus propios pinchitos, con lo cual no tiene tanta gracia. Sopas de fideos con cosas se llevan el tercer puesto; cosas como entrañas, grasas y carnes tan exóticas como el burro, en esta ciudad en la que estamos. Por ahora, ni rastro de perro o gato. Por último, las brasas en las que los kebabs de cordero con (cuanta más) grasa (mejor) y que, por la insistencia de los tenderos, deben ser uno de los favoritos de los turistas.
Otra opción de comida seria y de calidad (no incluyo, por lo tanto, chiringuitos o paraditas o similares) son los restaurantes. Hasta ahora, podíamos elegir entre los de comida uygur (musulmanes) o china (estilo Sichuan normalmente, es decir, superpicante), lo cual le daba un poco de emoción al asunto. Bueno, no. Porque en los uygyr parece que solo tienen dos platos, que son los que ellos comen de desayuno, comida y cena, y esto sin exagerar: brochetas de cordero a la parrilla, tallarines caseros con cordero o samsas (bollitos de hojaldre rellenos de cordero). Así que podían ser más o menos buenos pero, desde luego, «variados» no es el adjetivo a aplicar en ellos.
Los restaurantes chinos son más desafiantes. Nunca tienen carta en inglés. NUNCA. Nunca hay alguien que hable medianamente (o bueno, básicamente) inglés. NUNCA. Normalmente, como deferencia al cliente extranjero y pudiente, gustan de sentarte en reservados, con lo que uno se siente acorralado en un ring a la hora de pedir la comida, con un menú en chino y un camarero muy voluntarioso pero corto de entendimiento, por idioma y por cerebro (con perdón). Estos, sin duda, son donde «mejor» lo pasamos. Siempre es sorprendente pedir tomate frito y que traigan berenjenas o creer pedir un plato de verduras y que traigan cerdo. Por eso, como estrategia de selección, ahora vamos a restaurantes donde haya un salón donde podamos ver lo que come la gente y, cual mercadillo nocturno, nos paseamos por las mesas, señalando aquello que tiene buena pinta para comer; sin ningún reparo, pues los chinos no tienen reparo en nada. Y así es como lo hacemos.
El mayor desafío ahora es pedir cosas que no piquen demasiado, pues a los chinos de China les encanta el picante y tres de cada cuatro platos que pedimos son, sin quererlo, picantes. Pero mucho. Sorprendente, ¿no? Probad de pedir picante en vuestra próxima visita a vuestro restaurante chino favorito en España. Probad..
Publicado originalmente el 10 de septiembre de 2005.