Llego al fin de mis días en Turquía.
Llego a Doğubeyazıt, ciudad casi fronteriza, en busca de dos cosas (aparte de prepararme para el cruce a Irán).
1) El palacio de Işak Paşa
2) El Monte (la montañaza) Ararat.
Las dos las he visto hoy, y todavía intento recobrar el aliento, sobre todo por la segunda. Pero yendo por partes, no sea que os descentre, lo primero que he visto casi nada mas llegar a la ciudad (llegada en minibus desde Van, junto a japones simpático; desayuno sopa de lentejas; búsqueda de hotel, regateo, dejar mochila y ¡listos!) ha sido el Palacio de Işak Paşa, construido hace un par de siglos en lo alto de una montana, dominando el valle, protegido por más montañas a su espalda y usado como enclave tanto residencial como, posteriormente, militar.
La verdad es que el palacio es realmente bonito, más o menos bien conservado, con unos relieves sensacionales. Tenían habitaciones, cocinas y demás, como toda casa, pero además un hamam, mezquita e incluso un harem (¿para qué conformarse con una mujer si se pueden tener varias? Nota: solo se pueden casar legalmente con más de dos mujeres en algunos países musulmanes, y solo en los casos en que el marido pueda mantener sobradamente a ambas o las que sean, lo cual tampoco deja de resultar… ¿vergonzoso? ¿Chocante? ¿Diferente?). En fin, que me voy, que lo que quería decir es que lo bonito de este lugar es que tanto el palacio como su enclave son bonitos, no son lo uno sin lo otro, no como esos preciosos restaurantes en los que comemos fatal (¿pillamos la comparación?). Las montañas que lo rodean son de origen volcánico con lo cual las rocas tienen unos colores muy especiales, óxidos, rojizos, anaranjados, verdosos, en fin, una amalgama de colores que no creo olvide en tiempo. Ademas, al estar todo verde y las montanas nevadas, el espectáculo no puede ser mayor.
Pero lo que hoy tengo claro es que no se me olvidara la visión y admiración del monte Ararat y más como hoy lo hicimos. Yo y el japo, a la bajada del palacio (en una montaña totalmente separada) nos fuimos a la búsqueda de la foto perfecta. Es decir, no desde la ciudad, sin edificios ni con árboles tapando la montaña, ni así… sino desde los prados que rodean la ciudad, a sus pies…
El monte Ararat
La cosa no pintaba demasiado bien porque el día estaba cubierto por la mañana y amenazaba lluvia pero poco a poco se estaba abriendo, y según bajábamos del palacio (a 6 km. de la ciudad) se podía empezar a ver, a entrever, casi toda la montaña y el pico. Todo nevado. Una hora después por la ciudad, por la calles, delante y atrás, perdidos y desperdidos, tomamos la dirección correcta, hacia las afueras de verdad, a donde queríamos…
Empezamos a meternos en un barrio bastante pobre, agrario, con casas de adobe, con olor a ganado y cantos de gallos y con miles de niños (bueno, algunas decenas, ¡que no es poco!) que empezaron a seguirnos, a preguntarnos «where from, where from», a mirarnos con curiosidad según nos adentrábamos en una zona para nada turística: los campos de pastos de las vacas… Y bien, allí llegamos, cerca de otras casas bastante pobres, encontramos lo que buscamos, la llanura libre de casas, sin tendidos eléctricos, con hierba, animales a lo lejos, silencio y paz…
… toda la paz que los niños de las casas de al lado nos dejaron… empezaron a traernos té, a hablar con nosotros, como la montaña no acababa de despejar esperábamos tumbados en la hierba y venían mas niños, y alguna madre, y trajeron un balón, y todos a jugar a volleyball y fútbol, y ale, ahora vienen las vacas, pasen señoras vacas, y seguimos jugando al fútbol… hasta que llegó el viejo. Con su palo y una piedra en la mano. Y las caras de los niños cambiaron, de súbito. Y se acabo el juego. Y el viejo empezó a gritar y amenazarles (a los niños, a las niñas ni las dirigió la palabra ni a nosotros, por suerte) y todos a correr…
… y el tío nos dijo que los campos (no sé, digo yo, como 200.000 hectáreas, 5000 arriba, 5000 abajo bueno, aproximadamente) eran suyos y que no quería que jugasen al fútbol en ellos (¿y que coño le importa teniendo tanto terreno?) Bueno, pues toda la mala leche con los niños la tuvo de amigo con nosotros, y se tumbó en la hierba y vinieron sus amigos, y fumaron, y hablaron y hablamos y allí estuvimos casi 2 horas, viendo como las nubes desaparecían, el sol bajaba y podíamos empezar a sacar todas las fotos que quisimos, porque la montaña estaba despejada, el color era magnifico y habíamos esperado ese momento durante 3 horas. Tres horas de admiración de belleza, magnanimidad, enormidad, humildad, ante esa montaña solitaria, contundente, cónica. La montaña que más me ha impresionado en mi vida, la montaña medio nevada que no creo que pueda olvidar ya nunca.
Mañana cruzo a Irán… chicos, la aventura de verdad empieza, nuevo país, nuevo idioma, nueva cultura, nueva gente… miedo y expectación, alegría y ansiedad, ganas y pereza… y eso es lo bueno del viaje, lo desconocido, lo bueno y no tanto que vendrá y lo que voy dejando atrás y como me va marcando, porque, por descontado, al Sureste de Turquía, yo, vuelvo. No debería ser el único.
(Escrito el 13 de mayo de 2005)
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