Ruta por: Tunel del Lowari, Charsada, Takht-I-Bahi, Peshawar
11 de septiembre de 2022:
Os juro que casi lloro cuando vi el asfalto en la carretera. ¡Con rayas pintadas y todo!
Después de días de baches, polvo y pruebas para mi resistencia física y mental, podía avanzar en mi moto sin que fuera una tortura. Avanzar mirando el paisaje, disfrutando de lo que me rodeaba. ¡Qué placer!
Pero pronto la cosa cambió. Hubo algo que me produjo un impacto cuando empecé a verlo en cada pueblo, en la calle, en la carretera.
Los burkas.

Estaba avanzando hacia el sur, hacia el corazón de la provincia llamada Khyber Pakhtunkhwa. Un territorio con mayoría pashtun, la misma etnia que vive y gobierna ahora en Afganistán. Tienen algo en común: las mujeres usan el burka, y aquello, simplemente, es impresionante. Vomitivo, más bien, porque lo llevan por imposición de los hombres, para protegerse de ellos, ocultando todo su cuerpo debajo de una tela. Y cuando digo todo es todo.
Aquella visión, desasosegante en cada pueblo que cruzaba, contrastaba con la belleza de la ruta, a medida que ascendía hacia el último gran puerto del viaje, el paso de Lowari (3.118 metros).
La carretera se convirtió en pista, aparecieron las curvas de herradura, el polvo, los camiones subiendo a 5 por hora y… llegué al túnel de 8 kilómetros que permite ahorrarse uno de los puertos más peligrosos del país. Se terminó de construir en 2018 y cambió la vida del valle de Chitral: hasta entonces, la zona noroeste del país (en la que viven varios millones de personas) quedaba aislada durante varios meses, en los que la nieve bloqueaba el paso.


Tuve que subir la moto a una furgoneta: no dejan que los vehículos de 2 ruedas circulen por aquel túnel totalmente oscuro y tenebroso. Al principio me dio rabia, pero cuando vi el panorama allí dentro, me alegré de ir sentado cómodamente en aquel cacharro con 4 ruedas y dos potentes focos de luz.
Los abetos y el verdor me sorprendieron al salir del túnel y acompañaron hasta mi llegada a Charsada, anocheciendo, donde conocí a Naveed, quien me hospedaría en casa de unos amigos suyos.
En el camino reparé un nuevo pinchazo (se rompió la cámara allí donde está la válvula de hinchado), comí un curry de pollo en un restaurante en el que vi a gente con metralletas (no sería la última vez) e hice mi récord de distancia: 188 kilómetros. Un día bastante intenso.
Mañana, si todo va bien, llegaré a Peshawar. Una ciudad mítica, que formó parte de la Ruta de la seda. Ahora, a descansar.
PD: Parece que el segundo antibiótico que tomé ha funcionado. Estoy comiendo sin problema y las fuerzas han vuelto. Gracias a todas las personas que habéis preguntado por privado.



Día 12 de septiembre:
Nada es para siempre.
Hoy Pakistán es un país mayoritariamente musulmán y lo es desde el siglo VIII. El 96% de su población sigue esta religión, siendo el 85% sunita y el 15 % chiitas (incluyendo los ismaelitas) y otras sectas menores.
También hay hinduistas (2%), cristianos (1,27%) y practicantes de otras religiones, como los Kalash, que viven algo discriminados y, en ocasiones, maltratados.
Pero antes, dos religiones se imponían en la región.
En el sur y oeste, el zoroastrismo (o mazdeismo), la primera religión monoteísta de la historia, surgida en el siglo X a.C. y que tuvo mucha importancia en Persia y Asia Central.
Y en el noroeste del país, en toda la región donde me encuentro, era el budismo, originado en el siglo III a.C. Una religión que permaneció muy activa hasta la llegada del islam y que en esos siglos se extendió en la región a través de los caminos de la Ruta de la seda, llegando a China y Asia Central a través de lo que hoy es la Karakorum Highway que recorrí hace unas semanas.
En Gandara (que era como se llamaba el reino de esta zona) había decenas de templos y monasterios. Takht-I-Bahi, que hoy forma parte del patrimonio de la Unesco, es seguramente uno de los más impresionantes.
Situado en lo alto de una colina, su estado de conservación es excelente (ayudado por restauraciones hechas con respeto y buen criterio) a pesar de datar del siglo I d.C. Sólo le faltan decenas de estatuas de Buddha y frescos adornaban las paredes, y que fueron trasladados a museos para que se deterioraran.
Recorremos salas de estudio, de meditación, comedores, habitaciones… y zonas donde antes se levantaban decenas de estupas. Impresiona este templo hecho de pizarra y ladrillos, y ayuda a darse cuenta de la importancia de esta religión en la región en otras épocas.
Hoy es el Islam la religión predominante pero, dentro de varios siglos, ¿cuál será? Quién sabe… ¿tal vez, ninguna?


Día 13 de septiembre:
Y de repente, tras semanas de paz y tranquilidad, me encontré de cara con el caos, ruido, calor y bullicio en Peshawar.
Ilusionado, por fin llegaba a una de las ciudades más antiguas del país y míticas de la Ruta de la seda. Durante años había leído sobre ella.
Tenía ganas de buscar esa pulsión comercial que la hizo famosa, en sus vibrantes mercados, organizados por productos y oficios. Y os admito que excedió mis expectativas.
Por si fuera poco, nuevamente me sentí como un famoso. Acompañado por mis nuevos amigos Naveed y Awais, recorrimos durante todo un día su centro histórico, parando innumerables veces para saludar a tenderos que sentían genuina alegría por ver extranjeros merodeando por sus míticos bazares. Me pedían, orgullosos de sus negocios, fotos de ellos o selfies.
Nos perdimos y nos encontramos innumerables veces por sus serpenteantes callejones, entre joyerías, tiendas de ropa, especias, artesanía, menaje… También entramos en la preciosa mezquita Mahabat Khan (del s. XVIII), en casas de ricos comerciantes (ahora museos) y descansamos en teterías a tomar té verde con cardamomo.



Nuevamente respondí de dónde era, si estaba casado, si tenía hijos, cuál era mi profesión y mi religión, las 5 preguntas que más me han hecho en este país, lo que para ellos supongo que más definen a una persona.
Desgraciadamente no pude dedicarle más días a esta población, ni acercarme a la frontera con Afganistán para ver el mítico paso del Khyber, por el que pasaron conquistadores, ejércitos, peregrinos y comerciantes durante siglos.
Fue un día precioso pero escaso. El viaje está llegando a su final, y tuve que apretar el acelerador (o, como creo que dicen los moteros, darle gas).
En breve llegaré a Islamabad, fin de mi aventurilla, y en estos momentos siento una extraña mezcla de alegría (por lo logrado y por regresar a casa) y tristeza (por dejar esta maravilla de país).
¿Te ha pasado en tus viajes, querer regresar a casita pero a la vez estar triste porque se acabe?


